viernes, 30 de abril de 2010

EL BESO

La entrada elevada del hospital ofrecía una excelente posición desde la que se podía abarcar de un vistazo todo el lateral del campo de fútbol. No sé cuando fue la primera vez que reparé en él, pero cuando volvía por aquella zona siempre lo buscaba inconscientemente con la mirada.

Casi siempre estaba al sol, protegido en alguno de los recovecos de las numerosas puertas que tiene la arquitectura exterior del estadio. Casi siempre, desde mi posición, aparentaba estar dormido, debajo de un revoltijo de mantas, ropa y cartones. No conocía su aspecto, pero sin embargo, no sé por qué, intuía que me impresionaría.

Nunca me decidía a entablar contacto con él. De hecho creo que tenía miedo a hacerlo. Si hubiera estado en otro sitio podía hacerme el encontradizo, argucia que había utilizado en otras ocasiones. Pero, tal y donde estaba, para poder hablar con él, tendría que ir aposta y despertarlo seguramente. Además no siempre estaba solo y eso hacía que yo todavía tuviera más reparos porque tampoco conocía a sus compañeros.

Por fin, una noche que acompañaba a la UMES en una de sus salidas nocturnas, tuve ocasión de relacionarme por vez primera con Luis. Esa noche tenía compañía, había dos personas más con él, que, como luego me enteraría, se dedicaban junto con Luis a aparcar coches en la zona para obtener algún dinerillo. Tampoco este primer encuentro me ofreció una idea clara de quien era, ni siquiera de cómo era. Todo el tiempo que estuve con él aquella noche, estuvo tapado con varias mantas húmedas, algún cartón y estaba bastante ebrio. Sólo pude distinguir unos ojillos vidriosos semicerrados y sus pobladas y recias barbas cuando se destapaba, estiraba su brazo para coger la botella de plástico llena de vino mezclado con coca-cola y echaba un trago. Luego volvía a taparse completamente y a contestarnos desde debajo de las mantas. Recuerdo que aquella primera noche charlamos sobre la película “Johnny cogió su fusil” de la que Luis, afectado por los vapores de aquella mezcla, hacía comentarios emocionados.

Esta primera visita fue la excusa perfecta para poder volver a hablar con él. Siempre iba con cuidado, todavía a alguno de sus compañeros no les agradaba mi presencia, e incluso en alguna ocasión se mostraron agresivos pensando que yo era un evangelista captador de almas perdidas que buscaba en Luis un nuevo adepto. Además ése era su lugar de “trabajo” y ya aprendí que hay que ir con mucho cuidado cuando te introduces en el “terreno laboral” de una persona de la calle. Con el pan no se juega. No hay pero que valga. Aún así y después de varias visitas de día y alguna otra con la UMES por la noche, fui conociendo mejor a Luis. También su apariencia, que no correspondía con la que yo había previsto. Pensé que era menudo y tal vez regordete. Todo lo contrario. Luis era muy alto, medía casi 1.90, era delgado y de movimientos pausados pero ágiles, nada torpes. Tenía una poblada barba de alambre y pelo algo largo y despeinado; en su boca apenas quedaba ningún diente sano y siempre me miraba con los ojillos entreabiertos para poder distinguirme porque necesitaba gafas de alta graduación. Poco a poco fue aceptándome.

Cuando lo conoció, Sofía, la trabajadora social del Albergue, me dijo que Luis era una persona con una gran carga emocional. Y tenía razón. Recuerdo un día que lo acompañé a urgencias del hospital, próximo a donde él dormía, por una dolencia intestinal. Mientras nos encontrábamos en los boxes del centro, esperando a que le realizaran alguna prueba complementaria, yo tuve que salir un momento a la calle para llamar por teléfono:

- Salgo un momento a la calle que aquí no hay cobertura, ¿eh Luis?
- Pero volverá ¿no, “hefe”? No me “dehe” aquí solo ¿eh? –siempre me llamaba jefe.
- Sí, sí, Luis, enseguida vuelvo, son 5 minutos.

Me encogió el alma, sorprendido por la responsabilidad que acababa de depositar en mí. Él, con su gran envergadura, con una trayectoria vital absolutamente más compleja, procelosa y difícil que la mía, se sentía ahora en ese entorno, perdido, confundido e indefenso y apelaba a mí para obtener un poco más de seguridad en ese momento. Además, Luis era huraño, e incluso arisco, de pocas palabras, por eso aquella frase, reclamando mi compañía y mi ayuda, tuvo para mí un peso específico asombroso. Así era Luis.

Meses más tarde, una mañana tenía que acercarme a la universidad. Había quedado para tomar café con una amiga. Como iba bien de tiempo, decidí bajar del autobús en la parada del campo de fútbol y saludar un momento a Luis. Luego acudiría a mi cita andando, estaba al lado. Aquella vez fue de las pocas que lo vi “trabajando”, estaba solo, entre dos coches tomando el sol. En el suelo, apoyada en un árbol, su infinita compañera: la botella de plástico medio llena de vino mezclado con coca-cola. Como le costaba distinguir a las personas, siempre que me acercaba a él, le saludaba de lejos para que supiera que era yo antes de tenerme su lado.

- ¿Qué tal Luis? ¿Tomando el Sol?
- Hola “hefe”. ¡Qué va!, aquí a ver si saco algo pa’l monistrol. – Luis llamaba así al vino.
- Qué tal todo. ¿Cómo estás? ¿te hace falta algo?
- No, no todo bien. – respondió el con su habitual deje, como resignado. – Bueno un poco jodido si que estoy, me han quitao el carné de identidá.
- ¿Y eso como ha sido? ¿Sabes quién fue?
- No, no, no tengo ni idea. Que igual lo he perdido yo, no se dónde dejé la mochila y he perdido tó. No me acuerdo. No sé… -Luis no se acordaba a veces de las cosas.
- Bueno te dejo que no quiero fastidiarte el negocio, ya me contarás, ojalá lo encuentres. Otro día vengo a visitarte, ¿no te importa, verdad? –me despedí después de un rato.
- Que va “hefe”, ven cuando quieras, tú no molestas. Hasta luego.

Yo siempre he creído que las casualidades son como llamadas de atención, algo que me dice que debo permanecer atento, nada más. No habían pasado ni 20 minutos desde que había dejado a Luis, aún estaba con mi amiga tomando café, cuando me llamaron desde el Albergue para decirme que la Policía Local había depositado la mochila y el DNI de Luis en la oficina de objetos perdidos. Inmediatamente me dije “mañana se lo llevo”. Era mucha coincidencia, demasiada para mí.

A la mañana siguiente me pasé por unas oficinas cercanas de la policía local. Allí me entregaron una mochila infantil con dibujos de “spider-man” y de reducido tamaño que contenía un poco de ropa limpia y el carné de Luis. “Curiosa mochila para Luis, no le pega nada” pensé sonriendo. Ojalá lo encontrase pronto, quería darle una grata sorpresa, si no se había ido a algún otro lado, en 5 minutos llegaría a su sitio habitual en el campo de fútbol.

No me defraudó. Estaba donde yo esperaba. Me acerqué sonriente, estaba contento de poder darle una alegría a Luis, sabía cuánto valoraba su carné, nos había costado semanas conseguirlo. Pero debo confesar que el entusiasmo con que me recibió superó todas mis expectativas:

- Hola Luis, mira lo que me han dado en objetos perdidos para ti. Ayer nada más irme me llamaron y hoy me acerqué a recogerte la mochila.
- Gracias “hefe”, gracias, muchísimas gracias de verdad –dijo todo eufórico, al tiempo que abría sus pequeños ojos como platos, me agarraba la mano, asiéndola por el pulgar y dándome, sin que yo pudiera evitarlo, un cerrado abrazo y un sonoro beso en el cuello debajo de mi oreja.

Reconozco que me quedé un poco aturdido. Él quería demostrar su agradecimiento, supongo que tampoco estaba acostumbrado a expresarse de manera tan efusiva y sincera, pero así era Luis, unas veces parco en palabras, pero otras elocuente con el corazón. Además fui testigo de cómo sonreía y expresaba abierta su mellada boca, suceso tampoco habitual en él.

Si alguien me hubiera dicho hace años que me emocionaría al recibir un beso de Luis, una persona de la calle, vestido con la misma ropa durante semanas, una barba digna de un pirata y una corpulencia que a veces asustaba, lo hubiera tildado de loco. Sin embargo me puso la carne de gallina, logró que me sintiera privilegiado por haber sido agraciado con ese espontáneo beso, demostrándome de la manera más natural, sencilla e íntegra su afecto y agradecimiento. Además tampoco pude impedirlo, pero no me importó, de hecho sirvió para que yo, que andaba con el rumbo perdido esas últimas semanas, volviera a encontrar un poco el sentido a todo. Y es que nunca dejan de sorprenderme…

viernes, 16 de abril de 2010

EN LA CAFETERÍA


Me dicen a veces que mi trabajo tiene altos niveles de frustración. Bueno, yo creo que ya me he acostumbrado a ciertas cosas y conozco los límites en los que me muevo. Si bien no niego que a veces me desespero, por otro lado sé que no se pueden pedir peras al olmo. Pero sí he descubierto que de vez en cuando me ocurren cosas que me sorprenden o son, en muchas ocasiones, curiosas.

Esa noche José Miguel no había venido a dormir, aunque era enero y hacía bastante frío. Yo estaba preocupado. En las últimas dos semanas había acudido a urgencias al menos en cinco ocasiones por caídas. Llevaba una ceja partida, una buena tajada en el codo y una herida en la parte posterior de la cabeza: Mi miedo estaba fundado. Como otras tantas veces, llamé a los hospitales para ver si estaba en alguno de ellos, pero no lograba dar con él. “Se habrá quedado dormido por ahí”, pensé. No era cosa extraña tratándose de José Miguel. En verano, suele venir a dormir sólo la mitad de los días. El fin de semana prefiere pasarlo en Casa Abierta, tiene miedo a los jóvenes que salen de fiesta, por eso generalmente de jueves a domingo duerme en el Albergue. Pero ahora estábamos en invierno y era raro el día que no acudía, al menos, a dormir.

Lo estuve buscando por las calles del centro, miré en varios cajeros que solía frecuentar y pregunté a algunas personas de la calle por si lo habían visto. Sólo Juan Manuel, un joven de Vigo que intermitentemente aparece por Zaragoza, me dijo haberlo visto la noche anterior, estaba tirado en el suelo cerca de la plaza del Pilar. Pero por allí tampoco pude encontrarlo. Yo estaba a punto de desistir, cuando recordé que también solía utilizar como cama los bancos de la plaza de Santa Engracia. Dudaba mucho encontrarlo allí, recurre a los bancos para dormir sólo en verano, pero era mi última opción antes de desistir. Así que me dirigí hacia aquel lugar. Tampoco estaba. “Bueno ya está, que sea lo que Dios quiera, ya aparecerá, aunque sea con otra herida” me dije, tirando la toalla.

Me había quedado algo frío, la temperatura era de 0º, así que decidí tomarme un cortado inmediatamente. En esa misma plaza había una cafetería, de las pocas abiertas a esas horas de la mañana, muy selecta y creo que de las más caras de Zaragoza.

Y allí estaba. Antes de entrar lo distinguí al fondo del local, inconfundible por su gorrito de mujer de color naranja chillón, sentado en una banqueta al lado de la barra, muy erguido como es característico en él y tomándose tranquilamente un café con leche.

- Buenos días José Miguel, te parecerá bonito –le dije sin darle tiempo siquiera a descubrir mi identidad.
- Buenos días Rafa –contestó él con ojos de pavor cuando me reconoció. En muchas ocasiones parece que me tiene respeto o miedo por mis reprimendas, pero al final siempre hace lo que quiere…
- ¿Cómo te has quedado durmiendo en la calle con el frío que hace? Seguro que has dormido en un cajero ¿no?
- Notenfadesrafa-rafanotenfades-notenfadesrafa-rafanotenfades-venga hombre – me contestó con ese soniquete que yo ya me conocía y describiendo pequeños círculos con su enorme cabeza.
- No me enfado, José Miguel, me preocupo. Te llevo buscando toda la mañana, he llamado a los hospitales, además mañana tenemos que ir a curar el codo. Creí que te había pasado algo, ¿no entiendes? –le solté en tono de discursito- Y resulta que te encuentro aquí tan tranquilo, en el mejor bar de Zaragoza, entenderás que me sepa malo ¿no?
- Tómate algo anda Rafa. ¡Cal-los ponle lo que quiera a Rafa que pago yo! –dijo dirigiéndose al camarero, que vestía de uniforme a rayas, casi como un mayordomo.
- Un cortado, por favor –pedí yo y susurrándole al oído le dije a José Miguel- ¡que nivel Maribel! Además conoces a los camareros, entonces es que eres cliente fijo ¿no?
- Bueno a veces vengo a desayunar, sí, me conocen –respondió mirando al suelo como avergonzado.
- Bueno venga, vamos a dejarlo, no quiero enfadarme ahora, –yo notaba que los camareros y algunos de los clientes me miraban extrañados.- Pero sobre todo esta noche baja sin falta a dormir al Albergue, que le toca de voluntario a Ángel el camionero, ¿vale? Además mañana tengo que ponerte guapo para pasar a que la enfermera te mire ese codo.
- Rafa, te voy a pedir un favor… déjame dormir esta noche también en la calle andaaa… -me musitó, como un niño bueno.
- Ni se te ocurra, por favor, José Miguel, no entiendes que estuvimos bajo cero esta noche y que vas lleno de golpes, necesitas dormir. Baja sin falta a Casa Abierta hoy ¿eh? Prométemelo.
- Vaaaaaale – contestó el resignado. Aunque tanto él como yo sabíamos que al final haría lo que le diera la gana o el nivel de alcohol en sangre le permitiera…
- Venga hasta mañana –apuré mi café y salí del bar.

Bueno aunque me enfadé un poco con José Miguel, al menos me invitó a un cortado, cosa rara en él, es un poco tacaño. También comprobé que esa noche no se había caído y se encontraba más o menos bien. Lo que pudiera ocurrir la noche siguiente ya sería cosa del destino, hasta que un día nos dé un susto de verdad. Pero mientras, aprendí una cosa, que cuando menos los busco, más los encuentro y nunca dejan de sorprenderme…