viernes, 21 de junio de 2013

APRENDER

Me ha cogido de sorpresa. Que te murieras y que me doliera tanto. Las dos cosas. ¡siempre soy tan ingenuo! Sabía que te quedaba poco tiempo. Ya habías toreado en muchas plazas y peores. Pero esta vez ha sido ya demasiado, incluso para ti, que salías de todas. Yo mismo lo anticipaba, por eso también me resulta sorprendente que me haya dado esta punzada tan adentro. Y tan dolorosa… Pero ya me lo han dicho varios compañeros: “Es lógico, Rafa, cuando uno se involucra tanto…”. Creo que no era posible hacerlo de otra manera, siendo como eras ¡Tan difícil a veces!

Contigo aprendí mucho. Pusiste el listón muy alto. Yo siempre he creído que en la Casa tenemos que apostar por los más difíciles, intentarlo al menos una vez. Aunque todo indique que no va a ser posible que se adapten, nuestro deber es daros una oportunidad. Sobre todo a aquellos como tú, lo más complicados, los que más calle tenéis, los que estáis ya de vuelta de todo y que ya ni siquiera os importa vuestra propia integridad, vuestra propia vida.

Tal vez eso fuera lo más difícil de asimilar al principio de ti. No eras consciente de tu autodestrucción. Me daba cuenta de ello cuando me hablabas de formar una familia, o de que lo único que te faltaba en la vida era una mujer. Aún nos ha quedado pendiente hacer esa salida nocturna por el Casco Viejo a ligar, los dos juntos, que tantas veces habíamos planeado.

También aprendí a tener paciencia, y eso que yo ya tenía. Pero contigo cualquier situación se podía hacer interminable, tu concepto del tiempo era otro y hasta que lo asumí me resultaba muy difícil seguir tu ritmo.

Aprendí que aunque tu aspecto no fuera siempre impecable, eras una persona limpísima, que siempre te gustaba ir aseado. Otra cosa era la percepción que tenías de ti mismo, pero para qué convencerte de algo que tú ya sabías: eras un tío guapo.

Comprendí tu manía de tener siempre un baño disponible y monopolizarlo absolutamente en todo momento. Era fruto de haberlo pasado muy mal en la calle, de haberte sentido sucio y que te trataran como un apestado, habías pasado por tantos malos tragos en la soledad más absoluta…

Aprendí a utilizar el sentido del humor contigo. Nos hemos reído tanto. Sobre todo en estos últimos meses. ¿Recuerdas cuando me dijiste que te querías ir a Amsterdam? Te dije que no pasabas la aduana jamás, ¡saltarían todas las alarmas en el aeropuerto! y tú te meabas de la risa…

Nunca dejó de gustarme que me preguntaras cada mañana si volvía por la tarde. “¿Esta tarde no bajas? ¡Jo, que pena, Rafa!”. Aprendí que eras cariñoso, mucho, pero que había que descubrirlo bajo muchas capas de dureza, consumos y rutinas que ocultaban tu naturaleza humana y que no era tan distinta a la de cualquier otro. Sólo había que saber mirar, saber entender, empatizar un poquito o esperar el momento más adecuado para apreciar que tú también tenías tu dignidad, tus valores, tu propio criterio, tu sensibilidad…

Aprendí lo duro que es el rechazo de la gente, lo sentí contigo en varias ocasiones, acompañándote a algún sitio. Jamás me había ocurrido, pero sorprendentemente me dolía más a mí que a ti. Tú ya estabas acostumbrado. Han sido muchos los años que has estado en situaciones límite y donde el desdén pasa a ser algo habitual y sin importancia.

Aprendí a imitar tus hablares y a andar como tú, cogidos del brazo por la calle Arcadas. Menudos ataques de risa nos daban y la gente nos miraba intentando adivinar quién estaba más loco de los dos, si tú o yo.

También comprendí que para gatos viejos como tú, dormir en la calle no siempre es un problema grave, sino más bien saber adaptarse: Me sorprendía encontrarte desayunando pastas con leche, en tu saco de dormir, con el despertador al lado, los zapatos bien colocados al pie y la mochila atada con hilo de pescar a tu mano, no fuera a ser que algún desalmado te la robara.

Y me ha emocionado ver cómo estas últimas semanas, cuando más vulnerable estabas, habías hecho buenas migas incluso con el más anciano de tus compañeros, “el abuelo”, como tu lo llamabas. Me atragantaba al ver cómo él había entendido que tenía que cuidarte y tú le correspondías, ofreciéndole tabaco o cualquier cosa que necesitara. Nunca pensé que ambos pudierais llegar a congeniar tanto, los dos tan independientes, los dos tan trastabillados…

Compartir contigo estos años ha sido a veces duro, pero siempre enriquecedor. Me doy cuenta ahora, cuando ya faltas, cuando ya no volveré a escuchar como me llamas “Rafaaaaa”. Nunca pensé que echaría de menos tu voz. Han sido tantas y tantas las mañanas que repetías mi nombre incansable y machaconamente, que ahora se me hace extraño no oírte a cada momento pidiendo cualquier cosa.

Todo el aprendizaje que he llevado contigo creo que me servirá para poder seguir adelante trabajando con más personas de la calle, igual de complicadas o más fáciles, que más da. Pero yo sí que le encuentro un sentido y no me arrepiento en absoluto de haberme empeñado en intentar que salieras de la calle. Ha sido mucho todo lo que me ha aportado y he experimentado en estos años juntos. Y de algo sí estoy seguro, no habrá otro como tú…

Me he alegrado al comprobar que no he sido el único al que ha dolido que te fueras, muchos de los que te conocían me lo han expresado. Me sirve para ratificarme y comprobar que, por muy complicado, impertinente y deteriorado que estuvieras, a todos los que te tratamos nos aportaste algo, aunque sólo fuera cuestionarnos dónde estaban los límites contigo.

Por fin descansas, ya era hora. Y yo también voy a descansar un poquito, pero no sé si me sale a cuenta por cuánto te voy a echar de menos.

Hasta siempre Óscar.