domingo, 15 de septiembre de 2013

LA LIBERTAD

Emana cariño. Contagia tranquilidad. Es fantástica su limpieza de espíritu. Su bondad te fascina desde el primer momento. Posee un alma libre, tal vez la más libre que conozco. Sin apenas preocupaciones, siempre dispuesto a dar, a ayudarme a mí o algún compañero. Incapaz de decir que no cuando le piden un favor. Casi octogenario, pero con el ímpetu y la fuerza de un chaval. Y sin apenas malicia, aparentemente como un joven al que la vida todavía no ha vapuleado, cuando en realidad ha sido todo lo contrario.

Parece difícil hablar con él pero se le descubre al instante. Aunque no entienda lo que me está intentando contar. Su mente es distinta, vive su propio universo. Pero enseguida lo aparca y salta a la realidad, para estar más cerca de mí. Escucha con tranquilidad y entiende perfectamente cuando le hablo. Pero luego vuelve a su mundo, a su entelequia.

Y lo admiro. Porque es feliz así. Porque si aprendiera de él y prescindiera de tantas ataduras de mi mente, tal vez me fueran mucho mejor las cosas. O incluso a todos. Porque su honradez es admirable y se ha deshecho de tantos artificios innecesarios para vivir, que el pragmatismo y la sencillez definen su existencia. Llamadme loco, pero ojalá yo llegara a su edad con esa sabiduría espontánea y gozara de esa libertad, donde el dinero no es lo importante, sólo interesa hacer lo que le da la gana cada día.

Y lo consigue. Hace mucho tiempo que no había una persona en la Casa que aprovechara la libertad de venir a cualquier hora. Él lo hace. Repetidamente. Las dos, las tres, las cuatro de la mañana… Y en ocasiones, se pega tres días sin venir. Si no hace frío, cualquier cajero es cómodo para una noche. Además va bien provisto. Carga múltiples bolsas con comida y cosas inverosímiles. Siempre bien abrigado, con jersey y chaqueta, incluso en agosto, por si las moscas. Él ya sabe muy bien por qué. Seguro que el frío ha sido traicionero con él y ande yo caliente ríase la gente, motivo más de mi admiración.

Si alguna vez son varios los días que no vuelve yo me inquieto. Incluso un día puse una denuncia. Me fue mal. El policía me abroncó por no tener potestad sobre él (¿quién la tiene?, ¡sólo él es dueño de su libertad!). Y cuando a él le pedí explicaciones: “¡Fíjate como te pones Rafa porque me he ido tres días de fiestas a un pueblo, tú no tienes que preocuparte de mí!”

Pero claro que me preocupo. Con casi ochenta años como no voy a hacerlo. Me da miedo que se caiga al río. Un día vino empapadito de barro hasta el cuello. Y él como si nada, que se había caído a un charco. Que no exageres Rafa.

Me maravilla como cada día me pregunta por mi salud y por mi madre: “¿Cuándo iras a verla? ¿Cuídala eh? ¿Y tus piernas qué tal van?”. Me asombra como cada mañana deduce que le toca duchar y me pasma la lógica con que lo asume. Jamás rechista. Todo lo contrario. Le gusta ir muy decentemente arreglado. Pero ahí tengo que luchar con su propia percepción. No se da cuenta en ocasiones de que necesita un buen repaso. Sus ropas a veces están oscurecidas por la mugre.

Pero ¿quién soy yo para decirle que ya es hora de cambiarse otra vez o para hacer limpieza en sus mochilas cuyo olor empieza a ser sospechoso? ¿Cómo voy a obligarle a deshacerse de sus tesoros, aunque los consiga, seguramente, en las papeleras? Esa es su vida, es su propiedad, son SUYOS, aunque no sirvan para nada. Por eso es capaz de que me sienta orgulloso cuando me deja total libertad para poner un poco de orden en sus insólitos bártulos. También entiende que debo hacerlo. Y esa actitud de bondad, de entendimiento de mis requerimientos y obligaciones me alucina aún más. Con otros me toca pelear, con él todo resulta sencillo, ligero, leve…

Estoy seguro de que él no ha elegido esta manera de vivir, apenas conozco su historia. Aunque me ha hablado de su familia, de su hermana, de sus hijas, de cuando trabajó en la mina. Es muy probable que un intrincado conjunto de circunstancias le han llevado a donde está ahora. Jamás se me ocurriría elucubrar y hacer cábalas sobre cuál fue su camino.

Lo único que sé, es que no conozco persona más libre y que me alegra muchísimo todo el tiempo que lleva con nosotros. Ojalá aguante mucho más, vitalidad no le falta. Lo que más temo es que algún día se caiga al río y no haya nadie para ayudarle. Porque, aunque se junta con otros para compartir unos cigarrillos o un cartón de vino, él casi siempre anda sólo.

De todas formas si le sucediera algo, le ocurrirá haciendo lo que a él le da la real gana, entonces... tal vez no sea tan importante y además creo que sabe cuidarse muy bien él solito…