domingo, 22 de diciembre de 2013

LOS PIES

A veces, cuando voy por la calle, me cruzo con un ciudadano y me pregunto si estoy ante una persona sin hogar. Muchos pasan desapercibidos. Pero hay un detalle que utilizo para salir de dudas: mirar a los pies, a su calzado. No puedo decir exactamente por qué, pero siempre me permite aclararme un poco más, me aporta esa pequeña información que me hace saber con seguridad si el que está ante mí es una persona sin hogar o simplemente que me he anticipado en mi valoración.

Los pies son tal vez la parte del cuerpo que más maltrata la vida de los sin techo. La calle hay que caminarla, recorrerla, conocerla, buscarse la vida en ella. Se está de manera permanente, cada instante del día, enlazado a ella. Se entiende entonces que sean los pies y el calzado un indicativo de cómo las personas sin hogar están inmersos en ella en mayor o menor medida.

Hay una necesidad de recorrer determinados trayectos todos los días. Del cajero donde se duerme al Albergue o al comedor. Del comedor al sitio donde se pueda pasar la tarde con algún amigo, antes de tener que volver otra vez al mismo cajero. Con toda la vida encima, empaquetada en mochilas o carritos, por no dejarlo escondido a expensas de que otra persona de la calle se apropie de todas sus pertenencias, de lo único que se posee.

En más de una ocasión he visto calcetines fundidos con la piel, de tal manera que era imposible quitarlos sin despellejar literalmente los tobillos y pies de la persona. Tal vez sea una situación extrema que ocurre cuando las persona está ya muy deteriorada. Pero resulta increíble cómo se puede aguantar en ese estado durante meses.

También he visto dedos necrosados, incluso con larvas, que hasta los mismos médicos se han escandalizado al reconocerlos, fruto de la vida dura e insensible, cuando lo que más importa es poder tener un lugar medianamente recogido para pasar la noche sin pasar mucho frío o tener demasiado miedo. El estado de salud llega a ser lo de menos mientras se pueda caminar mínimamente para ir tirando, para poder vivir un día más…




De igual modo, he aprendido a reconocer a los mendigos profesionales por el centro de Zaragoza, son los únicos que se descalzan y muestran sus pies desnudos, pero sanos y libres de cualquier herida. Ni ellos mismos se dan cuenta de que delatan su falsa actitud, ni los ciudadanos son conscientes de una explicación tan lógica y siguen dándoles limosna sin reparar en su error.

Casi siempre se pueden encontrar detalles en el calzado o los pies que me dicen algo sobre la persona de la calle que acabo de conocer. Detalles que me ayudan a perfilar un poco más cuál es la situación real o sus capacidades: calcetines que acumulan tanta mugre que se mantienen de pie; personas que en invierno llevan 3 y 4 pares de calcetines de manera habitual; individuos que salen de su chupano en zapatillas de andar por casa… Es un lenguaje intuitivo de pequeños signos que con el tiempo se aprende a interpretar.

Parece obvio, pero unos calcetines limpios y un calzado digno son un bien muy preciado cuando se está en la calle. Recuerdo cómo en mis primeras salidas a conocer determinados entornos de grupos de personas sin techo, era más fácil que me aceptaran si les obsequiaba con unos cuantos calzoncillos y calcetines.

Es por eso que muchas personas de la calle, cuando no hace mucho frío y duermen descalzos para descansar los pies, protegen su calzado guardándolo debajo de su almohada. Así se evita el robo, porque de noche todos los gatos siguen siendo pardos y no es extraño que entre personas en la misma situación se roben el calzado aprovechando la oscuridad y el sueño del propietario.

Una de las situaciones que más me ha dolido en el tiempo que llevo trabajando con personas sin hogar fue un día que un conocido de la calle me pidió llorando unos zapatos en la puerta de la Parroquia. Venía caminando descalzo desde el parque donde solía dormir. Se sentía ultrajado, desamparado, desnudo y vulnerable. Además era una persona fuerte, corpulento, huraño y solitario. Verle llorar abatido por haberse quedado sin calzado me resultó doloroso y triste, muy triste…

Hay un aforismo que, tal vez, hablando de personas sin hogar, tenga todo el sentido del mundo, por lo menos para mí: “si juzgas mi camino, te presto mis zapatos”.


¿A vosotros que os parece?