¿Dónde estoy? ¿Qué día es hoy? ¿Dónde dejé anoche el vino? Seguro que guardé algo para hoy, ¡seguro!, ¡algo quedaría! ¿Qué voy a hacer si no? No está Ernesto, se ha ido. El muy capullo, seguro que ya se está buscando la vida para comprarse algo para desayunar. Y no me ha esperado, ayer sí que se juntaba conmigo ¡claro, como yo tenía dos cartones! A ver ahora cómo me levanto yo, no puedo moverme, me duele todo. Mi cabeza parece que vaya a estallar, maldita ansiedad, no la soporto. Y estos putos temblores… no puedo ni siquiera encender un cigarro ¿Por qué no me guardaría algo de vino por ahí entre los setos? Seguro que si miro bien lo encuentro, ¡algo tiene que haber!
Al menos aquí en el parque nadie me ve cómo me levanto y ya hace días que no me roban los cartones y las mantas, mientras no llueva y se me jodan… ¿Qué pasaría anoche? Tengo todo el pecho lleno de moratones y un labio partido. Seguro que me caí de bruces por ahí. No recuerdo nada. No creo que me pegaran, nunca me meto con nadie. Pero caerme… ¡anda que no me he caído veces! Aún me duele la brecha que me hice en la cabeza aquella noche de tormenta que se fue la luz justo cuando bajaba las escaleras del parque. No se pueden hacer mezclas con el trankimazin, porque luego pasa lo que pasa. Mira que di vueltas y vueltas, no sé como no me maté al darme con la barandilla. Pero tengo la cabeza dura. Ernesto entonces sí que se portó bien, me cuidó durante dos días, tumbado entre los setos, tapado con la manta, con un parche de vino en la cabeza, para desinfectar…
Tengo que beber algo. No aguanto más. He contado las monedas que me quedaban en el bolsillo. Si sumo los céntimos me llega justo para dos cartones. De momento, no necesito más, luego ya veré. Ahora lo que tengo que hacer es ir al súper. No sé si tendré fuerzas para llegar allí. Si estuviera Ernesto iría él. Me ha dejado tirado hoy. Pues un cartón lo pienso esconder y no le diré nada, que se joda…
Me voy a ir mejor a la tienda de ultramarinos, allí también tienen vino y está más cerca. Aunque al tío de la tienda le molesta que le vaya solo con monedas pequeñas, pero siempre le pago, ¡siempre! El día que tenga para comprarme una botella de ginebra se va a enterar. ¡Uf, ginebra! Qué bien me vendría ahora para el estómago y no este maldito vino barato que no hace más que joderme las tripas.
Tengo mucho miedo. Me parece que todos me miran mal. Pero no voy tan sucio, sólo la barba y la cara roja. Me duché anteayer en el Albergue. Esta ropa me tiene que durar dos semanas por lo menos y aún tengo dos calzoncillos en la mochila, casi para un mes… “Sí, déme dos cartones de rosado, del barato, gracias”. Ya lo tengo en la mochila, luego rellenaré la botellita de agua para disimular más. Que no se vea. ¡Qué vergüenza si me viera alguien! Un día me encontré con Miguel, mi amigo de cuando éramos críos. No me dijo nada, pero su mirada lo decía todo. ¡Yo no tengo la culpa! ¡Qué más quisiera yo que no tener que beber y estar mejor de lo que estoy! ¡Claro que sé que tengo que dejar de beber! ¡Vaya novedad! Ya lo hice, menudo delírium que pillé. Estuve tres días debajo de la cama creyendo que me querían matar, viendo búhos, serpientes y escolopendras en procesión. Pero lo peor fueron los reproches, que “fíjate tú cómo has acabado”, que “¿cómo no te da vergüenza?”. Pues claro que me da vergüenza, mucha, pero yo sólo no puedo, no pude, me tuve que tirar al monte otra vez. Sólo aquella asistenta, Clara, era la única que me escuchaba y me creía: “Imagino que sufres mucho Juan Carlos” me decía… “Sé que vives un infierno”.
Al menos aquí en el parque nadie me ve cómo me levanto y ya hace días que no me roban los cartones y las mantas, mientras no llueva y se me jodan… ¿Qué pasaría anoche? Tengo todo el pecho lleno de moratones y un labio partido. Seguro que me caí de bruces por ahí. No recuerdo nada. No creo que me pegaran, nunca me meto con nadie. Pero caerme… ¡anda que no me he caído veces! Aún me duele la brecha que me hice en la cabeza aquella noche de tormenta que se fue la luz justo cuando bajaba las escaleras del parque. No se pueden hacer mezclas con el trankimazin, porque luego pasa lo que pasa. Mira que di vueltas y vueltas, no sé como no me maté al darme con la barandilla. Pero tengo la cabeza dura. Ernesto entonces sí que se portó bien, me cuidó durante dos días, tumbado entre los setos, tapado con la manta, con un parche de vino en la cabeza, para desinfectar…
Tengo que beber algo. No aguanto más. He contado las monedas que me quedaban en el bolsillo. Si sumo los céntimos me llega justo para dos cartones. De momento, no necesito más, luego ya veré. Ahora lo que tengo que hacer es ir al súper. No sé si tendré fuerzas para llegar allí. Si estuviera Ernesto iría él. Me ha dejado tirado hoy. Pues un cartón lo pienso esconder y no le diré nada, que se joda…
Me voy a ir mejor a la tienda de ultramarinos, allí también tienen vino y está más cerca. Aunque al tío de la tienda le molesta que le vaya solo con monedas pequeñas, pero siempre le pago, ¡siempre! El día que tenga para comprarme una botella de ginebra se va a enterar. ¡Uf, ginebra! Qué bien me vendría ahora para el estómago y no este maldito vino barato que no hace más que joderme las tripas.
Tengo mucho miedo. Me parece que todos me miran mal. Pero no voy tan sucio, sólo la barba y la cara roja. Me duché anteayer en el Albergue. Esta ropa me tiene que durar dos semanas por lo menos y aún tengo dos calzoncillos en la mochila, casi para un mes… “Sí, déme dos cartones de rosado, del barato, gracias”. Ya lo tengo en la mochila, luego rellenaré la botellita de agua para disimular más. Que no se vea. ¡Qué vergüenza si me viera alguien! Un día me encontré con Miguel, mi amigo de cuando éramos críos. No me dijo nada, pero su mirada lo decía todo. ¡Yo no tengo la culpa! ¡Qué más quisiera yo que no tener que beber y estar mejor de lo que estoy! ¡Claro que sé que tengo que dejar de beber! ¡Vaya novedad! Ya lo hice, menudo delírium que pillé. Estuve tres días debajo de la cama creyendo que me querían matar, viendo búhos, serpientes y escolopendras en procesión. Pero lo peor fueron los reproches, que “fíjate tú cómo has acabado”, que “¿cómo no te da vergüenza?”. Pues claro que me da vergüenza, mucha, pero yo sólo no puedo, no pude, me tuve que tirar al monte otra vez. Sólo aquella asistenta, Clara, era la única que me escuchaba y me creía: “Imagino que sufres mucho Juan Carlos” me decía… “Sé que vives un infierno”.
Voy a beberme sólo un cartón de momento. Luego tengo que buscar un sitio para hacer de vientre cerca. Lo tengo cronometrado, en una hora, el vino tal y como ha entrado sale disparado, dejándome completamente vacías las tripas. No puedo hacérmelo encima, ¡eso nunca, no lo soporto! Voy a bebérmelo despacio. Sólo diez tragos esta vez: uno, dos, tres, cuatro, cinco… Ya tengo el pulso mejor, ya puedo rellenar la botella de agua, pero primero otros diez tragos: uno, dos tres, cuatro… Menos mal que me voy calmando un poco.
En cuanto acabe con este cartón me pondré a pedir algo, ahora no tengo valor, no soporto esas miradas cuando me dan una miseria. Y encima me cascan que no me lo gaste en bebida. Ya les diría yo: “pero señora si no bebo es que no me puedo ni levantar, ¿qué se cree?”. No. Mejor me callo, que si no igual no me dan nada y por la tarde tendré que comprarme por lo menos 3 cartones más y comer algo, aunque sea media baguette. Igual Ernesto también ha conseguido algo. Si no aparece seguro que tiene para pasar el día, como para esperarle a ver qué trae.
No quiero ir al comedor. La comida es buena, pero no soporto estar allí, no quiero acabar como ellos, yo no soy como ellos, lo mío es distinto, me lo dijo la asistenta, mi problema es que estoy solo. Claro que mi chica se fue, ¡cómo no se iba a ir!, no había quién me aguantara, a mí y a mis borracheras. Pero yo ya le había advertido: “mira que esto va para peor, mejor será que te vayas” Al final claro que se fue, ¡cómo no se iba a ir!, en el peor momento, cuando más la necesitaba. Pero a ver, yo solo ¿cómo salgo de esto?
Creo que debo ir algo borracho ya: me he tropezado dos veces camino del parque. Voy a sentarme un rato en aquel banco, aun puedo beberme toda una botellita llena de vino, lo justo para darme ánimos y tumbarme toda la tarde a dormir. “Hola chavalín, ¿cómo te llamas?” Qué majico el crío, aunque al padre no le ha gustado nada que el chiquillo me sonriera, será capullo. Lo que daría yo por tener su vida. Pero ya todo me da igual…
Todos los días me pasa lo mismo. Por la mañana, cuando me levanto quiero morirme y por la tarde, a estas horas, cuando el vino, el maldito cariñena, ya ha hecho su efecto, todo me da igual: morirme o vivir; mañana o pasado mañana; que me miren con reproches o que me ignoren; cagarme encima o ir limpio; que ella se fuera, tener que pedir con mentiras para matar la ansiedad, estar solo, estar con Ernesto... Nada importa. Sólo que todavía me queda un cartón de vino y que me mantengo en pie. Lo demás ya iré viendo cómo lo soluciono.
“Maldito cariñena”, ¡jajaja! Ya no me acordaba que así lo llamaba mi tío Enrique, que tanto me quería y que sí me entendía. ¡Vaya que si me entendía!: “A ti lo que te pasa es que tienes el alma enferma, Juan Carlos, muy enferma, lo demás es fácil”…
En cuanto acabe con este cartón me pondré a pedir algo, ahora no tengo valor, no soporto esas miradas cuando me dan una miseria. Y encima me cascan que no me lo gaste en bebida. Ya les diría yo: “pero señora si no bebo es que no me puedo ni levantar, ¿qué se cree?”. No. Mejor me callo, que si no igual no me dan nada y por la tarde tendré que comprarme por lo menos 3 cartones más y comer algo, aunque sea media baguette. Igual Ernesto también ha conseguido algo. Si no aparece seguro que tiene para pasar el día, como para esperarle a ver qué trae.
No quiero ir al comedor. La comida es buena, pero no soporto estar allí, no quiero acabar como ellos, yo no soy como ellos, lo mío es distinto, me lo dijo la asistenta, mi problema es que estoy solo. Claro que mi chica se fue, ¡cómo no se iba a ir!, no había quién me aguantara, a mí y a mis borracheras. Pero yo ya le había advertido: “mira que esto va para peor, mejor será que te vayas” Al final claro que se fue, ¡cómo no se iba a ir!, en el peor momento, cuando más la necesitaba. Pero a ver, yo solo ¿cómo salgo de esto?
Creo que debo ir algo borracho ya: me he tropezado dos veces camino del parque. Voy a sentarme un rato en aquel banco, aun puedo beberme toda una botellita llena de vino, lo justo para darme ánimos y tumbarme toda la tarde a dormir. “Hola chavalín, ¿cómo te llamas?” Qué majico el crío, aunque al padre no le ha gustado nada que el chiquillo me sonriera, será capullo. Lo que daría yo por tener su vida. Pero ya todo me da igual…
Todos los días me pasa lo mismo. Por la mañana, cuando me levanto quiero morirme y por la tarde, a estas horas, cuando el vino, el maldito cariñena, ya ha hecho su efecto, todo me da igual: morirme o vivir; mañana o pasado mañana; que me miren con reproches o que me ignoren; cagarme encima o ir limpio; que ella se fuera, tener que pedir con mentiras para matar la ansiedad, estar solo, estar con Ernesto... Nada importa. Sólo que todavía me queda un cartón de vino y que me mantengo en pie. Lo demás ya iré viendo cómo lo soluciono.
“Maldito cariñena”, ¡jajaja! Ya no me acordaba que así lo llamaba mi tío Enrique, que tanto me quería y que sí me entendía. ¡Vaya que si me entendía!: “A ti lo que te pasa es que tienes el alma enferma, Juan Carlos, muy enferma, lo demás es fácil”…