domingo, 17 de julio de 2016

NECESITO AYUDA

Lo bueno (o lo malo) es que cada día se parece al anterior. Tengo que pararme a pensar en qué mes estamos, aunque en realidad me dé igual. De niño sí que era consciente. El verano era mi estación   preferida. Sólo el hecho de ser verano ya hacía que me levantara alegre. Pero eso ocurría en la infancia,   que no sé cuando la perdí, pues yo nunca he dejado de ser un niño. ¡Cuánto echo de menos aquellas tardes de verano jugando por los campos, las eras, y metiéndonos en aquella trilladora vieja que no funcionaba!

         Ahora estoy esperando a que me vea la Asistenta. Tengo que pensar que le voy  a decir. No quiero que sea como en otras ocasiones donde al final no he conseguido nada, sólo dinero para un viaje y así tener que cargar con mi mochila y mi soledad a otra ciudad. A ver si hay más suerte. Por eso hoy tengo que hacerlo de manera distinta. Estoy cansado ya de dormir en un cajero, pero no me ha quedado otra. Realmente no me importa demasiado, duermo con otro chaval. Solemos coincidir en el cajero en cuanto oscurece un poco. Si tarda me impaciento y a él le pasa igual, me confesó.


Hoy quiero contarle en su despacho cómo me siento, como el miedo me invade con frecuencia, como me veo cada vez peor cuando me cruzo con la gente "normal" por la calle. Me parece imposible que yo pueda volver a ser uno de ellos como lo fui. Me derrota la apatía, no tengo ganas de nada, me muevo por la ciudad para lo justo, para buscarme la vida. Voy a comedores y albergues pero ahí se hace más grande mi miedo y mi ansiedad. Veo gente peor, pero eso no me anima. Gente tan hundida que sé con seguridad que sólo queda esperar que muera. Precisamente esa apatía es la que me impide decirle a la asistenta cuál es mi problema ¿le parece poco, duermo en la calle, estoy solo,  me avergüenza pedir ayuda? como podré superar todo eso hoy para, de una vez por todas, acabar con esta agonía.

       A veces bebo vino, no lo niego, es de los pocos ratos en los que me olvido de todo y me divierto, incluso algún día alguno me da algunas rulas y entonces la fiesta es mayor y mayor también es la resaca. Pero eso no puedo contarlo hoy, en el despacho.

       Más miedo me doy yo mismo y que al final solo consiga un poco de dinero o dormir 4 días, todo por ese peso interior que acarreo desde hace meses y que me impide ser como yo era antes, comunicativo, sincero, dicharachero. ¿quién me iba a decir que me iba a vivir como malvivo ahora?

     Algunas noches pienso que lo mejor sería no despertar, pero también la desidia que me invade me impide mandar todo al carajo, además yo no soporto el dolor. Pero seguir así tampoco es solución. He perdido todo y a todos, ahora solo me queda el colega del cajero y de vez en cuando alguno con los que me junto para darme una fiesta. Bueno de momento hoy tengo a alguien más: la trabajadora social. Ojalá me toque una que me entienda sin hablar, porque si no seguiremos en las mismas. Yo  ahora lo que echo de menos es la gente, gente con quien hablar tranquilamente en una terraza, amigos para ir al cine o simplemente compañeros de guiñote en el bar de abajo de mi casa con quién echar unas risas y poder hablar y arreglar el mundo en voz alta.


       Ojalá hoy consiga algo distinto, no sé el qué, pero tengo que salir de esta espiral sin fin. Me tendré que esforzar, pero necesito saber cómo y hacia donde encaminar mis pasos. Porque si no volveré a lo de siempre, al no ser, no existir, no vivir, deambular con mucho peso en la espalda aparte de la mochila. Y pido a Dios, aunque nunca creí, que me ayude, que ya vale, que ya está bien, que no lo soporto más.

         Tal vez hoy cambie mi vida, mi manera de verla, mi manera de verme yo mismo, mi camino se enderece y algún día pueda ser mínimamente feliz.

        ¿O acaso pido demasiado?

lunes, 1 de febrero de 2016

EL JOVEN

                “¿Necesitas algo? ¿Comida o tal vez algo de ropa?” “No, vida, gracias.” Me llama la atención que me responda con ese apelativo cariñoso, más propio de una persona mayor que de un chico muy joven, como es él.

            Intuyo sólo que es joven cuando me acerco y le saludo. Compruebo en su mirada y en su sonrisa que no debe pasar de los 25 o como mucho 30. Y no es que no sea habitual encontrar viviendo en la calle a personas de edad parecida. Lo llamativo en este caso es el deterioro general con el que vive. He visto vivir personas con los pantalones acartonados de no haber sido cambiados durante meses, personas que llevan la misma ropa siempre durante semanas y parecen no darse cuenta. Uñas negras,  manos y cara con ronchas rojas, tal vez fruto de alguna enfermedad. Barba alargada y rectangular, rígida y ensortijada. Y pelo pegado a trozos, donde se van generando algo parecido a rastas, pero de otro tipo…

            Me llama mucho la atención la amabilidad y la sonrisa que mantiene en el poco rato que converso con él. Quiero ir poco a poco. Supongo que padece algún tipo de trastorno mental y yo me digo a mí mismo que por eso será muy difícil trabajar con él. Vive su propia realidad. Y cada vez que le ofrezco algo me dice que no necesita nada, que tiene de todo. Es curioso que siempre tiene a su lado una bebida energética en lata. Jamás le he visto beber vino o algún cartón en el banco en el que siempre me lo encuentro.

            Siempre que coincido con él ocupa uno de los bancos del Parque Grande muy cerca de las escaleras del Batallador. Pero no es todos los días. Por supuesto los fines de semana no está, el parque está lleno de padres con sus niños, patinando y haciendo deporte. Es más habitual encontrárselo un día normal como hoy lunes, en ese banco que hay que saber concretamente cual es pues lo ha elegido para no ser excesivamente visto. Varios árboles bajos lo semi-ocultan dándole una mínima intimidad.

            Y ahí duerme algunas noches. También cuando me voy acercando disimuladamente al banco concreto donde sé que lo veré compruebo como habla solo y discute con el aire. Por eso, unos metros antes de coincidir con él, toso a la fuerza para no incomodarlo y que no se sienta interrumpido en su discurso, por qué quién sabe la realidad que tendrá en su cabeza.

            Porque esta es otra de las cuestiones que me planteo. Tan joven, tan dejado, pero siempre sonriente feliz y amable. Ya es uno de los duros de la calle a sus veintitantos. A saber cuáles han sido los sucesos vitales que le han ocurrido para llegar tan pronto a semejante situación, en la que lo más llamativo es su juventud. Muy acelerada habrá tenido que ser su vida, o tal vez simplemente es un enfermo que se ha escapado de algún centro. No lo sé.

 Pero, sinceramente, qué cábalas puedo hacer yo sobre su  estado mental. Cómo puedo ser tan osado. Y cual es un estado mental bueno u óptimo. Porque paradójicamente hoy, que me lo he encontrado con su habitual sonrisa y cara de felicidad, dándome un poquito de su amabilidad que es lo poco que puede ofrecerme, hoy me cambiaba por él. Porque yo no estoy feliz, ni sonriente como él. Y yo sé de donde viene mi malestar y él seguramente no sabe, o no se acuerda de su alegría, de porque siempre parece estar contento y siempre me obsequia con algo de lo poco que tiene: su amplia sonrisa y su adjetivo cariñoso “vida”. Igual me cambiaba por un día. Pero luego se me enfría la cabeza y me digo que sólo un día, para aprender de él como logra ese estado mental, que yo no me atrevo a calificar ni bueno o insano. Por lo menos hoy me atrevo a hacer esta extravagante propuesta.

Seguiré yendo a verlo todos los días que vaya a pasear al parque, igual un día le sorprendo y le llevo  un refresco energético. Me siento mal por no poder compensar su generosidad. Y seguro que siempre me sorprenderá su juventud.

Siempre tiene una sonrisa para mí y yo… me siento orgulloso por ello.