Llegan con la frescura y la
fuerza de un torrente e inundan todo de alegría. Treinta y pico corazones
jóvenes llenos de energía para transmitir y contagiar. Ilusionados con la tarea
de llevar el comedor de la Parroquia del Carmen durante casi un mes.
Y los usuarios lo notan.
Cualquier cambio de rutina es noticia. Y la noticia es buena cuando son los
chicos de JuCar quienes dan la cara, ofrecen sus manos y cocinan para Juan, Marisa
y Manuel, que ya no son usuarios, sino personas con nombres y apellidos. Y perciben
su entrega, su sinceridad, su compromiso. Porque los veo cómo les sonríen cuando
se los encuentran en otros lugares de la ciudad.
Traen montones de abrazos, de
besos, de sonrisas, de muñequitos de papel con sus nombres para que cuando se reúnan en el
café todos sepamos cómo se llama cada cual, para que nadie siga
siendo invisible. No paran de cantar y de bailar mientras cocinan, mientras
montan las mesas. Cada año sigue sorprendiéndome cómo realizan su trabajo con
entrega, mucho cariño y ganas de aprender, de conocer. De enterarse por qué
cada uno de los que allí comen está triste, por qué ayer no vino o en qué ha
cambiado su vida desde el año pasado.
Nos liberan a todos de la niebla
de la rutina, que al final todo lo empapa. También a mí. Porque al explicarles
lo poquito que sé me doy cuenta de cuánto me queda por aprender y de que ellos
mismos me enseñan a buscar dentro de mí la fuerza para seguir
trabajando, el sentido de todo, lo afortunado que soy por poder trabajar en lo
que hago. Día a día durante el año, poco a poco, la fuerza de la costumbre oculta los matices. Este mes vuelven a surgir los colores, vuelvo a ser consciente de
muchas cosas que se me olvidan. Y son ellos, los chicos, quienes me recuerdan
con su vitalidad, curiosidad y compromiso cuál es mi tarea fundamental.
Durante ventitantos días al año, todos los que acuden al comedor saben
que los responsables son este grupo de jóvenes. Tal vez la comida sea siempre
parecida pero yo a ellos los noto
distintos: un poco más alegres, un poco más amables, un poco más queridos… Supongo
que será por el contraste de la edad, la vitalidad de la juventud, el cariño
incondicional y la fuerza de la ilusión que traen consigo los jóvenes.
Y a mí me hacen recuperar la fe
en la juventud, en que todavía hay esperanza de que las cosas cambien desde el
fondo, desde los principios, desde lo fundamental. Que todavía hay futuro y que
con compromiso, ideales, trabajo y amor podemos hacer entre todos que la vida
de los que nos rodean sea un poquito mejor cada día.
Todavía no está todo perdido. El mundo puede cambiar a mejor, ellos son la prueba, no me cabe duda…