A veces, cuando voy por la calle,
me cruzo con un ciudadano y me pregunto si estoy ante una persona sin hogar. Muchos pasan desapercibidos. Pero hay un detalle
que utilizo para salir de dudas: mirar a los pies, a su calzado. No puedo decir
exactamente por qué, pero siempre me permite aclararme un poco más, me aporta
esa pequeña información que me hace saber con seguridad si el que está ante mí
es una persona sin hogar o simplemente que me he anticipado en mi valoración.
Los pies son tal vez la parte del
cuerpo que más maltrata la vida de los sin techo. La calle hay que caminarla,
recorrerla, conocerla, buscarse la vida en ella. Se está de manera permanente,
cada instante del día, enlazado a ella. Se entiende entonces que sean los pies
y el calzado un indicativo de cómo las personas sin hogar están inmersos en ella
en mayor o menor medida.
Hay una necesidad de recorrer
determinados trayectos todos los días. Del cajero donde se duerme al Albergue o
al comedor. Del comedor al sitio donde se pueda pasar la tarde con algún amigo,
antes de tener que volver otra vez al mismo cajero. Con toda la vida encima,
empaquetada en mochilas o carritos, por no dejarlo escondido a expensas de que
otra persona de la calle se apropie de todas sus pertenencias, de lo único que
se posee.
En más de una ocasión he visto
calcetines fundidos con la piel, de tal manera que era imposible quitarlos sin
despellejar literalmente los tobillos y pies de la persona. Tal vez sea una
situación extrema que ocurre cuando las persona está ya muy deteriorada. Pero resulta
increíble cómo se puede aguantar en ese estado durante meses.
También he visto dedos necrosados,
incluso con larvas, que hasta los mismos médicos se han escandalizado al
reconocerlos, fruto de la vida dura e insensible, cuando lo que más importa es
poder tener un lugar medianamente recogido para pasar la noche sin pasar mucho
frío o tener demasiado miedo. El estado de salud llega a ser lo de menos
mientras se pueda caminar mínimamente para ir tirando, para poder vivir un día
más…
De igual modo, he aprendido a
reconocer a los mendigos profesionales por el centro de Zaragoza, son los
únicos que se descalzan y muestran sus pies desnudos, pero sanos y libres de
cualquier herida. Ni ellos mismos se dan cuenta de que delatan su falsa
actitud, ni los ciudadanos son conscientes de una explicación tan lógica y
siguen dándoles limosna sin reparar en su error.
Casi siempre se pueden encontrar
detalles en el calzado o los pies que me dicen algo sobre la persona de la
calle que acabo de conocer. Detalles que me ayudan a perfilar un poco más cuál
es la situación real o sus capacidades: calcetines que acumulan tanta mugre que
se mantienen de pie; personas que en invierno llevan 3 y 4 pares de calcetines
de manera habitual; individuos que salen de su chupano en zapatillas de andar
por casa… Es un lenguaje intuitivo de pequeños signos que con el tiempo se
aprende a interpretar.
Parece obvio, pero unos
calcetines limpios y un calzado digno son un bien muy preciado cuando se está
en la calle. Recuerdo cómo en mis primeras salidas a conocer determinados
entornos de grupos de personas sin techo, era más fácil que me aceptaran si les
obsequiaba con unos cuantos calzoncillos y calcetines.
Es por eso que muchas personas de
la calle, cuando no hace mucho frío y duermen descalzos para descansar los
pies, protegen su calzado guardándolo debajo de su almohada. Así se evita el
robo, porque de noche todos los gatos siguen siendo pardos y no es extraño que
entre personas en la misma situación se roben el calzado aprovechando la
oscuridad y el sueño del propietario.
Una de las situaciones que más me
ha dolido en el tiempo que llevo trabajando con personas sin hogar fue un día
que un conocido de la calle me pidió llorando unos zapatos en la puerta de la Parroquia.
Venía caminando descalzo desde el parque donde solía dormir. Se sentía
ultrajado, desamparado, desnudo y vulnerable. Además era una persona fuerte, corpulento,
huraño y solitario. Verle llorar abatido por haberse quedado sin calzado me
resultó doloroso y triste, muy triste…
Hay un aforismo que, tal vez, hablando
de personas sin hogar, tenga todo el sentido del mundo, por lo menos para mí: “si
juzgas mi camino, te presto mis zapatos”.
¿A vosotros que os parece?