“¿Necesitas algo? ¿Comida o tal vez algo de ropa?” “No, vida,
gracias.” Me llama la atención que me responda con ese apelativo cariñoso, más
propio de una persona mayor que de un chico muy joven, como es él.
Intuyo sólo
que es joven cuando me acerco y le saludo. Compruebo en su mirada y en su
sonrisa que no debe pasar de los 25 o como mucho 30. Y no es que no sea
habitual encontrar viviendo en la calle a personas de edad parecida. Lo
llamativo en este caso es el deterioro general con el que vive. He visto vivir
personas con los pantalones acartonados de no haber sido cambiados durante
meses, personas que llevan la misma ropa siempre durante semanas y parecen no
darse cuenta. Uñas negras, manos y cara
con ronchas rojas, tal vez fruto de alguna enfermedad. Barba alargada y
rectangular, rígida y ensortijada. Y pelo pegado a trozos, donde se van
generando algo parecido a rastas, pero de otro tipo…
Me llama
mucho la atención la amabilidad y la sonrisa que mantiene en el poco rato que
converso con él. Quiero ir poco a poco. Supongo que padece algún tipo de
trastorno mental y yo me digo a mí mismo que por eso será muy difícil trabajar
con él. Vive su propia realidad. Y cada vez que le ofrezco algo me dice que no
necesita nada, que tiene de todo. Es curioso que siempre tiene a su lado una
bebida energética en lata. Jamás le he visto beber vino o algún cartón en el
banco en el que siempre me lo encuentro.
Siempre que
coincido con él ocupa uno de los bancos del Parque Grande muy cerca de las
escaleras del Batallador. Pero no es todos los días. Por supuesto los fines de
semana no está, el parque está lleno de padres con sus niños, patinando y
haciendo deporte. Es más habitual encontrárselo un día normal como hoy lunes,
en ese banco que hay que saber concretamente cual es pues lo ha elegido para no
ser excesivamente visto. Varios árboles bajos lo semi-ocultan dándole una
mínima intimidad.
Y ahí duerme
algunas noches. También cuando me voy acercando disimuladamente al banco
concreto donde sé que lo veré compruebo como habla solo y discute con el aire.
Por eso, unos metros antes de coincidir con él, toso a la fuerza para no
incomodarlo y que no se sienta interrumpido en su discurso, por qué quién sabe la
realidad que tendrá en su cabeza.
Porque esta
es otra de las cuestiones que me planteo. Tan joven, tan dejado, pero siempre
sonriente feliz y amable. Ya es uno de los duros de la calle a sus
veintitantos. A saber cuáles han sido los sucesos vitales que le han ocurrido
para llegar tan pronto a semejante situación, en la que lo más llamativo es su
juventud. Muy acelerada habrá tenido que ser su vida, o tal vez simplemente es
un enfermo que se ha escapado de algún centro. No lo sé.
Pero, sinceramente, qué cábalas puedo hacer yo
sobre su estado mental. Cómo puedo ser
tan osado. Y cual es un estado mental bueno u óptimo. Porque paradójicamente
hoy, que me lo he encontrado con su habitual sonrisa y cara de felicidad,
dándome un poquito de su amabilidad que es lo poco que puede ofrecerme, hoy me
cambiaba por él. Porque yo no estoy feliz, ni sonriente como él. Y yo sé de
donde viene mi malestar y él seguramente no sabe, o no se acuerda de su alegría,
de porque siempre parece estar contento y siempre me obsequia con algo de lo
poco que tiene: su amplia sonrisa y su adjetivo cariñoso “vida”. Igual me
cambiaba por un día. Pero luego se me enfría la cabeza y me digo que sólo un
día, para aprender de él como logra ese estado mental, que yo no me atrevo a
calificar ni bueno o insano. Por lo menos hoy me atrevo a hacer esta
extravagante propuesta.
Seguiré yendo a verlo todos los días que
vaya a pasear al parque, igual un día le sorprendo y le llevo un refresco energético. Me siento mal por no
poder compensar su generosidad. Y seguro que siempre me sorprenderá su juventud.
Siempre tiene una sonrisa para mí y
yo… me siento orgulloso por ello.