Tanto las personas que viven en la calle como los habitantes de Casa Abierta experimentan infinidad de momentos, como tú y como yo. Sucesos divertidos, tristes, emocionantes, dolorosos... Reconozco que su vida es particularmente dura. No pretendo más que dar a conocer las vivencias de las que soy testigo diariamente con ellos y que no hacen sino reflejar su naturaleza absolutamente humana. Pequeños pedazos de vida que me permitan contaros una breve historia donde los protagonistas son ellos.
domingo, 19 de diciembre de 2010
POR LA MAÑANA.
Todavía es de noche cuando me acerco hacia la puerta trasera del Albergue. La niebla gris y espesa envuelve todo, pero las farolas iluminan tenuemente la calle Arcadas. Antes de entrar, en la diminuta plaza de al lado, me encuentro una tienda de campaña plateada tipo iglú. Está montada en un discreto rincón. Otra persona está durmiendo a su lado totalmente tapada con mantas. Afortunadamente descansa sobre un colchón de matrimonio. Tiene dos cartones de vino en una bolsa preparados para desayunar junto a lo que intuyo es su cabeza. También veo una mochila. Todo bien cerca de la vista, por si acaso.
Decido pasar a saludar al técnico por su oficina antes de abrir la Casa. Así aprovecho para calentarme un poquito en el radiador y enterarme de si hubo alguna incidencia por la noche. Además todavía es pronto, los conozco, faltan 10 minutos para que se empiece a levantar toda la cuadrilla de Casa Abierta. Afortunadamente tampoco parece haber novedades, el día anterior y la noche discurrieron tranquilos. Cuando consigo templarme un poco y disipar el frío que me había impregnado la niebla me decido a coger las llaves para abrir la Casa. La pereza también es ahora menor.
- Voy a abrir toriles -bromeo con Celia, la técnico. Ella se ríe.
- Suerte. Yo a ver si me aclaro con este listado de usuarios, que he perdido a uno y no lo encuentro.
Suavemente, introduzco la llave en la cerradura, la giro, abro muy despacio, entro y vuelvo la puerta tras de mí sigilosamente, para no hacer ruido. Todavía no se ha despertado nadie, solo Abel está sentado junto a la mesa, fumando como siempre. Le saludo levantando la mano. Él me responde de igual modo, susurrando a la vez: “¿Éstas son horas, Rafa?”, apenas le distingo en la oscuridad. No quiero encender las luces para no despertarles bruscamente. Busco la llave del despacho a ciegas en el manojo, pero Raúl no me da tiempo, desde su cama vocifera roncamente:
- Raaaaaaaaaaafaaaaaaaaaaaaaaa, ¡daaaaame un cigarrooooo!
- ¡Shhhhh! No grites, ¿no ves que todavía no se ha despertado nadie? –me enfado
- ¡La cabra, la cabra, la p… de la cabra! – grita él todavía más fuerte
- ¡Que se calle ya, hombre, con la cabra! ¡Menuda noche cantando que se ha pegao! – se oye desde las camas del fondo.
- Cuando te levantes y desayunes te daré el paquete de ducados, ahora no grites por favor – le digo en voz baja acercándome a su cama y hablándole al oído.
Abro el despacho, saco el termo con el desayuno y las bolsas de pasiegos. Sobre todo que no falten pasiegos. Enciendo la televisión, siempre en un canal de noticias 24 horas. Bajo el volumen. Poco a poco, la débil luz de la televisión junto con la del despacho hacen que el resto se vayan despertando, aunque creo que Raúl con sus gritos difícilmente ha permitido seguir durmiendo a nadie.
- ¿Cómo quedó el Madrid, Rafa? – me pregunta Gabriel desde el fondo de la estancia.
- 3-0, goles de Higuaín y Benzemá –le contesto
- ¡Rafa, me han quitado el mechero y el peine! –exclama César, sentado aún en su cama y empezando a vestirse.
- Ya verás como aparecen como todas las mañanas, César, que no te los quitan, los pierdes…
- ¿Dónde como hoy? Y…dormir ¿dónde duermo hoy Felipe? – me pregunta, como siempre, Marcos.
- Donde todos los días, a comer al Albergue y a dormir otra vez aquí –le digo con resignación- Y recuerda… me llamo Rafa.
- ¿Hace frío hoy? ¿Tú crees que podré cortarme las uñas esta tarde? –me pregunta Carlos desperezándose todo lo largo que él es: apenas cabe en la cama.
- ¿Frío? He visto 3 pingüinos en la esquina antes de venir aquí y sobre las uñas… estoy haciendo un cursillo de adivino, pero creo que hoy tampoco te las cortarás –le bromeo. Él se queda dudando un rato y cuando cae en la cuenta me dice:
- ¿Me estás vacilando no? ¡Pingüinos dice, mira que eres! –se ríe.
Por fin enciendo las luces, a estas alturas ya no creo que nadie aguante despierto y eso que aún son las ocho menos cuarto. Antes de que ninguno se meta en los baños, echo un vistazo a los dos para ver su estado. Uno permanece impecable, seguro que Miguel lo ha limpiado, es maniático de la higiene. En el otro compruebo que hay un charco en un rincón. En el lado opuesto, el cubo lleno de agua con lejía y la fregona permanecen intactos. Me enfado:
- ¿Quién ha orinado en el rincón? Parece mentira. Y eso que está la fregona al lado. Al final voy a hacer la prueba del ADN y sabré quién es; o pondré una cámara en el baño. Es que todos los días igual -nadie se da por aludido, me temo que saben que se trata de un farol…
Poco a poco se van levantando. Alguno más precavido se viste rápidamente y ya hace uso de alguno de los baños. Sabe perfectamente que si tarda luego puede que haya aglomeraciones. Sobre todo si se encierran Carlos o Miguel, que en ocasiones les lleva media hora o incluso más. Algunas mañanas se ha montado una pequeña bronca si alguno de ellos se encierra temprano y las vejigas de los demás tienen que aguantar más de lo razonable.
Ángel aparece por la puerta completamente abrigado, es el voluntario de los miércoles por la mañana desde que se fundó la Casa. Menos mal. Ahora entre los dos será más llevadero atender el desayuno. Él se encarga de sacar más pastas para que no escaseen, cucharillas, servilletas, vasos… Yo mientras reparto a Raúl, Alberto y Abel los sobrecitos de papel con sus medicamentos. Abel se niega a tomarlos:
- No quiero tomarme nada, que he estado en mi médica de cabecera y me ha dicho que deje todas las pastillas –me protesta.
- Pero si ahora te cambié el médico a Rebolería y todavía ni lo conoces. Tómatelas anda, que si no te puedes poner mal –intento convencerle.
- No quiero, que son veneno y me sientan fatal. Me puede dar un derrame –se enfada seriamente. Yo decido no insistir más.
David, que se encuentra sentado en su cama todavía, antes de pasarse a la silla de ruedas, me reclama levantando su mano y moviéndola rápidamente para que me acerque a su lado. Quiere una camisa, porque la que le di el día anterior no le gusta, dice que es demasiado grande. Le llevo otra alguna talla menor, entonces me señala que la que le ofrezco es de manga corta y él la quiere de manga larga. Cuando le acerco una de manga larga, me pone mala cara diciéndome que no tiene bolsillo para llevar el tabaco. Rebusco en el armario y encuentro una de manga larga con bolsillo. Se la entrego creyendo ingenuamente que ya se acabaron sus caprichos y entonces me dice que el color no le gusta, es demasiado clara. Él quiere una oscura o de cuadros. Entonces yo ya exploto: “Te pones esta y ya está, que parezco un dependiente del cortinglés”.
- Rafa, ¿voy bien así, iba ayer vestido así o crees que tendré frío? -El que me requiere ahora es César, ya lavado y afeitado.
- Llevabas esa ropa pero no en ese orden, será mejor que la camiseta te la pongas primero, luego la camisa y encima el jersey –le comento al ver que lleva puesta la camiseta interior encima del jersey - Y será mejor que te pongas chaqueta, hace mucho frío
- Oye no encuentro la chaqueta, ni las mantas, me las han quitado.
- ¿Has mirado debajo del colchón?
- Ah pues sí, aquí están las mantas y la chaqueta ¿Sabes qué pasa? Es que alguien ha echado agua en mi colchón esta noche –me explica todo digno.
- ¡Qué cosas tienes! ¿Quién iba a hacerlo? –compruebo con un rápido vistazo que la mancha a la que se refiere es producto de su propia incontinencia.
- ¿Un caramelico Rafa? –cambia rápidamente de tema y me ofrece un puñado de caramelos que yo con un gesto cariñoso le hago recoger.
Abel me llama vociferando desde la mesa donde, junto con su café, tiene 7 u 8 vasos de plástico llenos de agua; se aprovisiona bien, sabedor del tránsito que llevan los baños a estas horas:
- ¿Por qué no me das mis pastillas, eh? Se te olvidan las cosas Rafa.
- Pero si no las quisiste tomar antes –le digo con paciencia.
- ¡Qué va, a ti que se te habrá pasao dármelas! Venga dámelas que me tengo que ir a misa, que como se me pase la de las 10.30 ya no tengo otra hasta la tarde… -Yo respiro profundamente y le saco su sobrecito del despacho. “Al menos hoy las toma” pienso para mí…
Miguel mientras tanto no ha abierto la boca desde que llegué. Ni me ha mirado. Hace su cama con parsimonia, arrastrando los pies, le cuesta moverse. Tiene su ropa perfectamente doblada en una silla, preparada para después de ducharse. La cama la deja perfectamente hecha, completamente lisa, sin una arruga. Toda la ropa bien metida, nada cuelga. Hoy me llama poderosamente la atención las grandes ojeras que lleva y su mal aspecto. Es peor que el habitual:
- ¿Tuvimos ayer marejada a fuerte marejada con áreas de arbolada, eh Miguel? –le pregunto, confiando en que tal vez mi broma me permita conocer su grado real de malestar.
- Estoy malo, es por la comida de aquí y hace mucho que no bebo, así que no te pases ¿eh? –me responde, sin mirarme a la cara y con un gesto de ansiedad.
- Agua será lo que no bebes. Mejor te dejo… -ya encontraré el momento adecuado para comprobar cómo se encuentra realmente porque ahora me expongo a una discusión.
Ya han desayunado casi todos, algunos están sentados viendo las noticias y saboreando el primer cigarrillo del día. Abel ha salido ya, dejando la puerta abierta tras de si como suele ser habitual. César también se va, tiene que ir al Pilar ver al canónigo y coger periódicos gratuitos para repartirlos por el Albergue y el Centro de Salud, como hace cada mañana (“¿un caramelico?”). Hoy no sé si le tocará subir a urgencias del hospital Clínico, ha perdido la tarjeta del autobús. Cuando ya parece que el ambiente está más tranquilo y las peticiones van disminuyendo es el voluntario quién me reclama a gritos desde el despacho. “Le habrá pasado algo”, pienso. Voy corriendo al despacho y me lo encuentro con ojos de pánico, un armario abierto y sosteniendo en su mano derecha tembloroso el azucarero vacío con la tapa levantada.
- No hay azúcar, Rafa ¿Qué hacemos ahora? ¡Todavía queda alguno por desayunar!
- No lo sé, ¿qué se te ocurre a ti? -Le contesto también con cara de pánico, poniendo a prueba su sentido del humor.
- Mmmmmh, podríamos pasar a la cocina del Albergue y pedir un paquete ¿No crees? –me responde.
- ¡Claro! ¿Cómo no había caído? Anda pasa tú y se lo pides a Lola –continúo con mi ironía, aunque verdaderamente compruebo que él no la ha notado.
Tampoco tengo mucho tiempo para seguir con mi broma, Carlos está gritando de manera alarmante desde el baño, me llama a gritos, cada vez más fuerte:
- ¡Rafaaa, Rafaaaaaa, Rafaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa! ¡Qué catástrofe! ¿Ahora que hago yo? ¡No sé qué voy a hacer ahora me tengo que ir a por la metadona! –yo me temo lo peor, una caída, una herida, mientras voy corriendo donde él se encuentra.
- ¿Qué te pasa? ¿Cuál es el problema? ¿Te encuentras mal? ¿Te mido el azúcar con el aparato?
- No, no es eso. ¡No encuentro el peine! ¿Ahora que hagoooo? ¡Ooooooooh, qué contrariedad!
- ¿Has mirado en el bolsillo de tu camisa, por ejemplo?
- ¡Andá, compi! ¡Sí aquí está! Uf, menos mal que lo encontré, no sé qué hubiera hecho. Oye ¿qué horas es?
- Las 9.15, cálzate rápido que si no no vas a llegar a la Cruz Roja –mientras la locutora de la TV me delata “son las 8.45 de la mañana”, pero Carlos ni se da cuenta.
El ajetreo ya es mucho menor. Ángel el voluntario y yo nos podemos sentar un rato a ver las noticias con los pocos que quedan ya en la Casa: Gabriel, Alberto, David en su silla de ruedas y Carlos peleando afanosamente con el envoltorio de los pasiegos. Jesús se dispone a salir poniéndose su cazadora y lleva como siempre un libro en la mano derecha para leer luego en el patio del Albergue. Antes de salir me exige:
- ¡Mañana tenemos que ir al banco, eh, que no se te pase!
- Huy no sé yo. Tú con ese sombrero de Humpfrey Bogart que pareces un mafioso y yo con este chándal viejo que parezco un yonki, no sé si nos dejaran entrar. Puede que incluso nos detengan –Carlos se muere de la risa al oirlo.
- No me vengas con zarandajas y que no se te olvide –muy serio se dispone a cerrar la puerta.
- ¿No me das un beso de despedida, Jesús? Ya no me quieres como antes –le bromeo.
- Vete a… -aparenta enfadarse, pero esboza una sonrisa y al fin sale y cierra la puerta.
Por la ventana de la Casa que da al patio del Albergue ya oigo a Raúl cantar: “Si supieras Rosariyooo lo que sufroooo”. Me despido del voluntario. Él aún continuará hasta que todos acaben y ayudará a pasar al patio de Albergue a los que se quedan cuando sea la hora de cerrar la Casa. Yo decido entrar a saludar a la Trabajadora Social, antes de subirme hacia la Parroquia del Carmen.
- Hola Rafa ¿qué tal todo por Casa Abierta? ¿Te puedo ayudar en algo? ¿Todo bien? –me pregunta.
- Sí todo bien, solo el follón de todas las mañanas, ya sabes. Gracias por preocuparte.
- Ya me imagino, a veces parece aquello “Chiqui-Park” ¿verdad? ¿por qué no lo escribes en tu blog? Seguro que vale para una historia de las tuyas.
- Sí es cierto, lo haré, gracias por la idea. Venga, un besico que me voy.
Y por eso lo escribí aquí, gracias por la idea compi…
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De que me suena? Jejeje
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