domingo, 5 de febrero de 2012

HOLA ¿CÓMO ESTÁS?



Las condiciones particulares de las personas que viven en la calle no siempre son fáciles de explicar. Ni es evidente entender sus matices. No es sencillo desentrañar cuál es verdaderamente el problema principal en cada caso. Al conocer a cada persona en el sitio de la calle donde pasa casi todo el día, nuestra primera impresión puede no ser la más acertada. Tuve que aprender a hacer un gran esfuerzo de empatía para poder conocer objetivamente cuál era la mejor interpretación de las circunstancias y la problemática más acuciante cuando realizaba mis primeros contactos con una persona sin techo.


Pero, sinceramente, creo que peco de inmodestia al decir que puedo empatizar con una persona que lleva años viviendo a merced de las inclemencias. Comprender íntimamente a alguien a quien la soledad y el miedo hacen que cada día sea una batalla vital no es tarea fácil. ¿Quién soy yo para asegurar que sé algo de cómo vive y siente realmente cada persona que voy conociendo por la ciudad?

Entendí que la ciudad se torna distinta para ellos. Que la dureza les obliga a verla con otros ojos. Ojos de necesidad, de miedo. Deben adaptarse a lo que la calle ofrece para sobrevivir y comprender que, aunque otros muchos estén tan mal como uno mismo, eso no estimula la solidaridad entre iguales. Hay que estar alerta, puede ocurrir que te encuentres con alguien que necesite tus mantas más que tú. O el otro así lo estime. Es igual. Pero te quedas sin mantas y eso viviendo en la calle es una gran putada.

Los espacios donde van aprendiendo a vivir de otra manera y las estrategias diarias para subsistir se graban en los cuerpos y aturden los sentidos. Siempre me repito, para que jamás se me olvide, que la persona que vive en la calle es ante todo un ser como yo, con carne, músculos y nervios. Pero también tiene un alma que sufre. Lo hace en silencio y buscando la invisibilidad entre la multitud de la ciudad.

I

- Hola Henry, ¿cómo estás?

- Me quierrrrrro morrrrrir, Rafa

Me lo suelo encontrar en un banco del centro de la ciudad. Su aspecto le impide pasar desapercibido. Mide casi dos metros y es de complexión muy fuerte. Tiene el pelo y la barba muy largos, completamente blancos, parece un extraño Papá Noel con cara de pocos amigos. Coloca su bolsa de deporte verde con todas sus pertenencias debajo del banco y el cartón de vino blanco disimulado en un seto cercano. El trato con él es difícil, es muy huraño. Tajante y brusco con el poco español que maneja. Lo conocí en el hospital, compartía habitación con un usuario de Casa Abierta. Por eso me acepta sin demasiadas pegas. Me pide dinero para una barra de pan. Yo sé que es para otro cartón de vino.

Ha pasado largas temporadas ingresado en el hospital. Tiene graves problemas de corazón. Pero luego no toma nada de medicación. Cuando ha estado alojado en el Albergue Municipal ha creado problemas la mayoría de las veces, bien por su difícil carácter o porque realmente la cabeza ya le juega malas pasadas. Bebe muchísimo, y eso hace todavía más difícil el trato con él. Además, apenas habla nada de nuestro idioma… No sé que proponerle realmente, creo que es una de las personas con una situación más difícil de abordar de las que he conocido.

Un día apareció por la portería de la Parroquia. Me avisaron porque era “uno de los míos”. Lo encontré llorando como un niño. Había venido andando desde la plaza cercana donde dormía, calzado sólo con sus calcetines. Le habían robado los zapatos. Es duro imaginar cómo pudo sentirse andando descalzo en invierno por la calle, completamente desolado e impotente, buscando que alguien le solucionase algo tan básico como el calzado… Y él no era precisamente frágil, o al menos eso pensaba yo hasta aquel día. Al menos pude encontrarle unos zapatos.

Hace unos meses me enteré que un compatriota suyo le pagó el billete de autobús y se volvió a su país. Creo que ha sido la mejor solución para él, así estará en un entorno más amable con él y podrá expresar y compartir algo más que su deseo de morir de una vez.

II

- Hola Tomás ¿cómo estás?

- ¡Razonablemente bien, Rafa!

Me contesta mirándome por encima de unas gafas de leer mientras hojea el periódico con las ambas manos. A su lado, sin ningún disimulo, hay una botella de ginebra y una de limonada que clarea revelando su contenido mezclado. Está sentado en el suelo apoyado contra un parterre, tapado con varias mantas a modo de extraña sirena. Se mantiene erguido de una manera casi inverosímil. Yo sé que debajo de esas mantas pululan infinidad de gusanos, puesto que, como casi siempre, lleva semanas sin moverse del sitio absolutamente para nada. Pero el no quiere darse cuenta y la ginebra le ayuda a ello. Cuando la situación sea ya insostenible, sus compañeros llamarán, como en otras ocasiones, a una ambulancia, antes de que los bichos devoren sus piernas. Y las auxiliares del hospital volverán a ganarse el cielo ante semejante despropósito.

Llaman la atención sus ojos muy azules, su perenne sonrisa y su conversación inteligente. Me habla con interés desgranando las noticias que le interesan del periódico del día. El olor a tinta fresca contrasta con el que se desprende de debajo de las mantas. Dice que es ingeniero, lleva meses contando que tiene intención de montar una agencia de traductores puesto que maneja varios idiomas. Hace sus cábalas de cuánto le va a costar y cuánto tiempo tardaría en tener beneficios.

En ocasiones tiene un cuenco de plástico delante de él que sus compañeros colocan para obtener algunas monedas. El carácter afable de Tomás, su buena educación y su sonrisa son el mejor marketing para que el recipiente se vaya llenando poco a poco cada tarde. Él no necesita pedir, tiene dinero, pero permite esta farsa porque sus compañeros también le hacen todos los mandados.

Al final el juez decretó que fuera ingresado en un centro psiquiátrico porque era lo mejor para él. ¡Y vaya que sí lo era! Ahora sí que está razonablemente bien, ¡por fin!

III

- Hola David ¿cómo estás?

- Jo-ri-ro pero contento.

Esta manera de contestarme ya anticipa mucho. Es muy listo. Su sonrisa resalta más al contrastar con su negra piel. Es de Gambia. Conozco su verdadero nombre, pero todos le llaman David. Tiene problemas en una pierna, cojea de manera acusada. Él dice que es de una agresión, pero sé que se trata de un accidente laboral. Lo vi en un informe que me enseñó de cuando estuvo en el hospital enfermo de los pulmones. Se cayó de un andamio cuando trabajaba en una fábrica de un pueblo cercano. Lleva muchos años en España y ha trabajado de todo un poco.

He quedado repetidamente con él para que se mirase si tenía la tuberculosis activa. Pero nunca acude. Dos voluntarios de Casa Abierta lo visitaban con relativa frecuencia. Algunas veces incluso le llevaron sacos de dormir y ropa, pero él los vendía. Siempre tiene una botella de limonada con vino blanco mezclada debajo del banco. Es la única persona de la calle que toma “calimocho blanco”. Creo que es por guardar la imagen que quiere aparentar ante los ciudadanos que lo conocen.

Salió en los periódicos repetidas veces. El dueño de un bar se tomó muy a pecho el asunto de sacar a David de la calle y estuvo haciendo una colecta entre todos los vecinos del entorno, para que, además de darle comida todos los días, le pagaran el viaje de retorno a su país. Y lo consiguieron. Editaron una página entera donde el dueño de aquel bar contaba muy orgulloso cómo habían conseguido sacarle de su dramática situación.

Me di cuenta de que lo que les había contado era casi todo invención suya, siempre fue muy hábil en eso. Pero al menos también solucionó su precaria situación y volvió, según contaba el diario, con su madre a su país. Lo malo de todo esto es que los que trabajamos con estas personas sentimos que nuestro trabajo se desestima, pero bueno, al final te acostumbras. Reconozco que sí he pensado seriamente en invitar a café en ese bar a varios de la calle cuya situación es bastante delicada a ver si tienen suerte y este señor y sus vecinos les ayudan en alguna medida… Hay muchos más que están jo-ri-ros durmiendo en la calle.

4 comentarios:

  1. Muy bueno Rafa.... muy bien descrito, muy grafico... nos acerca a "su realidad" mucho más que otras cosas. Un abrazo. Fernando

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  2. Gracias Rafa.
    Tus líneas son recuerdos para mi que me hacen latir el corazón deprisa, muy deprisa... El frío me ha despertado estos días el calor de encuentros en la calle como los que cuentas tú.
    Los que viven en la calle sufren y sufren de verdad. Un sufrimiento que la monotonía del mismo va tapando y amortiguando, pero sólo hacía fuera, porque dentro deja callo y más callo a los 'Tomás, David y Henry' de muchas, de todas, las ciudades del mundo que se llama rico. ¿Rico de qué? Rico sólo de un dinero mal distribuido, de dinero acumulado en manos egoístas... Creo que estos hermanos nuestros que viven en la calle esconden muchas veces este sufrimiento detrás de la defensa de la libertad, de la defensa de su dignidad mermada al límite del 'quiero vivir así' que dicen y que es aprendido y han dejado de reflexionar sobre él hace mucho tiempo.
    Me han encantado dos cosas de estas historias. Una, la real solidaridad que hay también entre los viven en la calle. Saben cuando el otro está necesitado de verdad para una llamada, una manta, una ayuda. Antes quizá haya habido episodios de abuso, de falta de respeto... pero en el fondo y al borde del precipicio, ayuda. Habla bien del ser humano. En segundo lugar las puertas abiertas de la conversación, de la cercanía, del conocerse, de la parroquia... que tú representas y haces cada día.
    Dios te bendiga.
    Gracias Rafa.

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  3. Buen trabajo Rafa. David

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  4. Gracias una vez más por relatarnos, de forma tan bella, las realidades de nuestros vecinos Henry, Tomás y David. Amaia

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