domingo, 9 de septiembre de 2012

NUEVOS VECINOS EN EL BARRIO

La primera vez que la vi fue un domingo por la mañana en mi portal. Estaba llamando a todos los timbres. Le pregunté si podía ayudarla en algo. Me dijo que quería hablar con todos los vecinos para pedirles una ayuda. Me comenta que viven en el bloque de al lado. Tienen a su hija pequeña enferma y hay que bajarla al hospital. Sólo pide para poder tomar el autobús. Le digo que llame al 061 y me responde que ya lo ha hecho pero que le explican que al ser un bebé tiene que acercarse con él a urgencias. Yo enseguida sospecho, la noto un tanto inquieta. Poco a poco empiezo a encajar la situación. Y no porque lleve un puntito azul tatuado en un pómulo. Le digo que tal vez si llama otra vez consiga que acudan a atender a la criatura a su domicilio. Además le muestro mi extrañeza por hacer querer reunir a todos los vecinos sólo para pagar un par de billetes de autobús urbano. Ella empieza a mostrarse huidiza y al final me despido de ella deseándole suerte y haciendo hincapié en que vuelva a llamar al servicio de urgencias.

Sin quererlo voy a empezar a encontrármela muy a menudo. Semanas más tarde la veo durmiendo profundamente sobre una manta en un parterre cercano. A su lado hay un hombre dormido, también varias bolsas con ropa y una silla de ruedas. Están al lado de un pequeño espacio de arena donde juegan los niños mientras las madres chismorrean en los bancos. Mal lugar han elegido para echarse la siesta. Creo que los han debido de sacar del piso donde estaban, son demasiados los bultos que llevan para poder desenvolverse en la calle y se distinguen algunos enseres domésticos sobresalir de algunos fardos.

Días más tarde compruebo que han empezado a pedir en las escaleras de la iglesia que hay al final de mi calle. Tienen una manera peculiar de hacerlo. Alborotan y proclaman a todos los que pasan que tienen una niña y que hay que alimentarla, pero a la vez su soniquete gangoso y cansino y su aspecto medio adormilado delatan que tal vez lo que tengan que alimentar no sea una hija sino otro tipo de necesidad. Me resulta curioso cómo utilizan la palabra “donativo”, no limosna ni caridad, y su actitud exigente. Supongo que será un método como otro cualquiera. Él está en la silla de ruedas con la mano extendida, ella sentada en los peldaños de la escalera junto a unas bolsas y una botella de leche.

A la vuelta de la esquina hay otra escalera que también pertenece a la iglesia, pero que da a una puerta que está siempre cerrada. Además esa calle es más discreta. Al final de la escalera veo sus bultos. Ya son menos, han reducido su número seguramente por no poder con todo. Creo que por la noche acuden a dormir a un parque cercano con grandes zonas de césped. Ahora se echan la siesta allí arriba, al final de la escalera, y poco a poco se va notando su presencia habitual. O tal vez soy yo que me fijo demasiado: Un día dos cascos de cerveza vacíos; otro, un botecito vacío de metadona lanzado con fuerza entre los coches; un blíster de válium tirado junto a un árbol…

Pero me doy cuenta que en la otra escalera, en la de la iglesia, donde tienen que currárselo cada día, tienen más cuidado. Además a ella la veo duchada muchos días, los vecinos les ayudan. Incluso alguna tarde, cuando no han tenido tiempo de volverse a su “refugio” a la vuelta de la esquina, veo a varias vecinas preocupadas inclinadas hacia ella porque está inconsciente tirada en la escalera.
La policía ha venido varias veces. Lógico. Un día, cuando aún cargaban con demasiados bultos, decidieron “acampar” en medio de la acera, extendiendo sus mantas junto a unos contenedores y muy cerca de la puerta de un colegio donde habitan religiosas. Es verano y no hay niños, pero es igual. Un coche patrulla tardó pocas horas en venir y los días siguientes los volví a ver al final de esa discreta escalera donde no molestan “demasiado”. Otra noche también aparecieron dos coches de la nacional, creo que ella andaba muy desorientada entre los coches aparcados. No me extraña, esa noche, media hora antes, se me había cruzado a mi de manera repentina cuando buscaba aparcamiento.

Me paro a pensar y compruebo que por donde yo vivo hay varias personas ejerciendo la mendicidad. Son demasiados para dos calles, el barrio no es muy céntrico pero tal vez sí influya que es bastante populoso y hay mucho movimiento de personas durante el día por esa zona. Hay un rumano tocando el acordeón en la esquina. Lleva más de cinco años aunque a veces desaparece durante meses. Siempre vuelve. Sólo toca un breve pasaje de una canción típica que, a fuerza de ser siempre el mismo, casi resulta hiriente. En el supermercado cercano también hay un subsahariano en la puerta vendiendo “La farola” que siempre pide para comer. En la plaza cercana dos jóvenes rumanas bastante avispadas asaltan a los vecinos ofreciéndoles un paquete de pañuelos de papel. A mi me producen algo de desconfianza. Temo por algunos de los abuelos que toman el sol en los bancos cercanos. Y hace poco descubrí también pidiendo en la puerta de la iglesia a un chico joven muy sucio y desaliñado. Creo que ni recuerda su nombre. Tendrá unos treinta y tantos y duerme en otro parque cercano. Algunas mañanas me lo he encontrado semidormido y apenas vestido acudiendo hacia el barrio para conseguir algo que desayunar. Va arrastrando los pies. Este es el que más preocupación me produce. He intentado hablar con él en alguna ocasión pero casi siempre me rechaza, aunque siempre me devuelve el saludo…

Hace dos semanas me di cuenta de que ella se había quedado sola pidiendo en la puerta de la iglesia. A él lo vi en el patio del Albergue, en su silla de ruedas y con un brazo vendado. Tal vez discutieran o simplemente se haya tomado un descanso. Ella está menos vital, más apagada, más triste. Pero sigue la misma rutina todos los días: ducha en casa de algún vecino, pedir, colocarse, echarse la siesta en el pequeño refugio, bajarse al parque a dormir…

Hasta cierto punto me resulta llamativo cómo poco a poco se ha integrado esta pareja en la vida diaria del barrio. Cómo los vecinos les dan dinero, comida, ropa, permiten que se duchen y se preocupan si los ven desvanecidos. Digo esto porque yo mismo he percibido cómo estas personas que viven en la calle con un alto consumo de pastillas o drogas y que ya están bastante pasados de vueltas son los que más rechazo producen. Entre los ciudadanos y también entre las mismas personas sin hogar. El aspecto de muchos de ellos es similar: cara chupada, delgadez extrema, espalda encorvada y una expresión perdida en la cara. Suelen ir siempre con el paso precipitado por el ansia de conseguir cuanto antes su veneno. Y no niego que algunos sean un tanto impertinentes o cansinos en su afán de pedir o sacar algo de los que se encuentran en su camino.

No sé cuánto tardarán los vecinos en cansarse de ellos y empezar a aislarlos. Tal vez no ocurra así, ojalá. Porque creo que son los que más ayuda necesitan. Por muchas razones. Porque están atrapados en el cepo del consumo salvaje de pastillas o lo que sea, que les deja sin vida. Por el sufrimiento que te transmiten, ese desasosiego permanente. Tienen, como dice un buen amigo, el alma enferma, muy enferma. Es muy complicado salir del barro en el que se hayan inmersos, pero más complicado resulta si se les pisa la espalda con aversión, desprecio e ignoracia.

El otro día la saludé al pasar al lado de su lugar de descanso, sentada al final de la escalera, tomándose tranquilamente un litro de cerveza. Me devolvió el saludo cariñosamente y me dijo: “¿Qué tal va la pierna? ¿Vas mejorando?”. Me resulta chocante, porque era la primera vez que hablaba con ella y ya he recibido una pequeña muestra de cariño. Nadie es tan pobre que no te pueda regalar una sonrisa…

1 comentario:

  1. La realidad solo la ve quien la observa... como te fijas!! me ha gustado!!

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