Ayer me cruce con ella.
Iba, como siempre, empujando
el pesado carro de la compra donde acarrea todas sus pertenencias. Pero
distinguí un detalle que, sinceramente, me alegró y a la vez me emocionó.
Llevaba puesto un formidable sombrero amarillo, de gran perímetro, con un enorme lazo rosa ceñido a él, que la
protegía del infernal sol de agosto.
El sombrero le daba una
apariencia más femenina e incluso señorial. Y lo que más me gustó fue la
dignidad con la que lo lucía, se notaba que quería sentirse más guapa. Sin
importarle que, mientras, empujaba como todos los días, su carrito atiborrado de
infinidad de objetos. La naturalidad con la que caminaba por la acera me
pareció alucinante. Como una ciudadana más, como lo que es. Con la actitud de
que nada sucede por vivir así. Porque en realidad no hay nada de extraño. Tal vez
los extraños somos nosotros, los que la observábamos disimulando. Nos demuestra
que aún tiene fuerza, que todavía no está vencida, que no importa que lleve
durmiendo en la calle meses. Ni tampoco importa que tenga que desmontar
completamente cada noche todas las cosas que lleva en su carrito para meterlas
con ella en el diminuto cajero que ha elegido como dormitorio habitual; porque
si mete el carrito ella no puede tumbarse para dormir. Ni importa que se siente
al lado de la panadería esperando recibir alguna moneda, mientras vigila constantemente
su vehículo de transporte, empaquetado y aparcado a pocos metros, junto a una
farola, atado…
Siempre la he visto sola. Algunas
veces baja a ducharse y cambiarse de ropa al Albergue y entra, sin separarse en
ningún momento de su personal transporte, donde lleva completamente ordenadas
todas sus cosas, dentro de bolsas rojas, todas iguales, de esas reutilizables, simétricamente
ordenadas y cubiertas con una especie de lona atada para que nada se pierda,
para que nada se estropee. Como haríamos cualquiera de nosotros si tuviéramos
que hacer una mudanza con lo más valioso de nuestra casa.
Creo que es polaca, tendrá
cincuenta y tantos. Jamás la he visto beber. Se mueve por muchas zonas de la
ciudad, pero al final siempre acaba por las calles cercanas a su eventual
dormitorio, al diminuto cajero. Por lo menos consigue cierta sensación de
seguridad al permanecer por un entorno conocido. Donde los vecinos, aunque
todos desconocidos, siempre son los mismos. Eso también es un alivio y da un
poquito de seguridad.
No sé qué mecanismos tiene
la mente humana para guardar la cordura en situaciones tan extremas, pero una
sin duda es la rutina, el orden, la constancia, la limpieza, argucias para no perder la
esperanza, montarse un nuevo universo con lo que se tiene y preservarlo como lo
más sagrado, lo más valioso. Porque es lo único que se posee, ya sean unas
bolsas o una zona donde moverse como si fuera tu propio barrio, aunque en
realidad lo sea porque es donde vives.
Ayer, cuando la vi con ese
precioso sombrero amarillo con un lazo rosa me alegré. Porque sentí que todavía
no está vencida, que no ha bajado los brazos. Todo lo contrario. Sigue luchando.
A su manera, no se resigna a sobrevivir, todavía hay lugar para la elegancia,
para presumir de un bonito aspecto, para que algún hombre se fije en ella. Todavía
hay lugar para que la vida sea un poquito más considerada, mitigando su crudeza habitual y permita que la belleza
aparezca en cualquier persona, en cualquier momento, generando un puntito de
luz en la oscuridad y permitiéndonos mirarnos a nosotros mismos y ver que, si
personas como ella no pierden la esperanza, cuán ridículos somos a veces
nosotros con nuestras necedades y vanas preocupaciones.
Puede que esté loca. No lo
sé, no la conozco tanto, jamás he hablado con ella. Pero aun así, tal vez sea una
sana locura que le permite sobrevivir dignamente en unas circunstancias lamentables
para cualquiera. Los límites entre la cordura y la demencia se me hacen
difusos.
Es una pena que no haya
hablado jamás con ella. Me quedé con las ganas de acercarme y decirle lo guapa
que iba ayer por el paseo con su precioso sombrero amarillo con su lazo rosa. Me
quedé con ganas de decirle que me parece increíble que todavía tenga tanta
fuerza y que seguro que al final del camino, llegará la recompensa, sea cual
sea. Aunque sea la locura, pero que jamás le habrán arrebatado la dignidad.