lunes, 15 de marzo de 2010

YO NO ESTOY LOCO


No creía yo que Jesús consintiera venir al médico conmigo. Por la mañana, le entregué ropa limpia para que se cambiara y, como casi siempre, accedió remoloneando. Prefiero que las visitas al médico, cuando tengo que acompañarlos, sean a primera hora, así no les doy tiempo a pensárselo, a veces ni a despertarse del todo, es más difícil que se escaqueen. Pero esta vez la cita la teníamos a las 12.30 de la mañana y no confiaba yo en que Jesús apareciera.

- A las doce te espero en el patio del Albergue ¿eh, Jesús? ¿Seguro que te acordarás?
- Que sí, pesao, que voy a echarme un café y luego vengo.
"Sí, sí un café", pensaba yo para mí, "amarillo, en vaso de tubo y con espuma... en fin".

Nunca deja de sorprenderme que ellos me hagan caso a lo que les pido, por eso cuando a las 11.30 apareció por las escaleras de la entrada, con las manos en la espalda, como un niño bueno y sonriendo, me alegré de verlo.
Enseguida comprobé que los cafés que se había tomado desde que lo dejé habían sido pocos y las cañas... varias. Pero bueno, tampoco su estado era tan deplorable como para desechar la visita, para mí era fundamental aquel trámite. En peor estado he llevado a otros al médico. En comparación, hoy podría decir que iba razonablemente "contento". El siguiente detalle del que me di cuenta fue que en su bolsillo derecho llevaba algo que parecía ser pesado puesto que le estiraba el anorak en ese lado. Inmediatamente caí en la cuenta de lo que era y una mirada rápida y disimulada me lo confirmó: una lata de cerveza.

-¿Vamos bien provistos eh? -le ironicé.
- Joder que sólo es una lata, Rafa.
- Ya, pero tú crees que está bien ir con ella al médico, ¿y si te la ve?
- Tú tranquilo que no la verá y venga vamos para la consulta -rápidamente cambió de tema.

Bueno al menos hoy sólo llevaba "apalacancada" una, tampoco creí que fuera el momento para discutir el tema de la lata. Más me preocupaba cómo nos iba a ir con el médico, porque según el que nos tocara, todo nuestro trabajo resultaría inútil. En 5 minutos ya estábamos sentados en la sala de espera, sección psiquiatría, del centro de salud.
Jesús, entre el calorcillo que allí hacía y lo que llevaba ya en el cuerpo, se quedó adormilado. Estábamos solos, faltaban todavía 45 minutos para que la enfermera nos atendiera, porque era la primera visita. Poco a poco se fueron sentando más personas con nosotros, ocupando otros asientos en la sala. A todos ellos se les notaba un "nosequé" que ratificaba que no me había equivocado de sección y estaba en Salud Mental. Todos estaban en silencio y tan sólo una señora nos preguntó por la enfermera.
De repente sin avisar, con su voz ronca, cierta sorna y rompiendo bruscamente el silencio de la estancia, Jesús me lanza:

- Rafa, ¡Yo no estoy loco!
- Joder, que susto Jesús... Ya sé que no estás loco y por favor baja la voz que no estamos solos.
- Entonces, si no estoy loco, ¿qué hacemos en psiquiatría?
- Ya te lo expliqué ayer, es un trámite. Nos mandó el médico de cabecera, no te acuerdas de las cosas y es sólo para que te conozca.
- Aaaah, vale, vale.

A los diez minutos, justo el tiempo necesario para que yo me despistara y me olvidara de dónde y con quién estaba, otro susto:

- ¡Te digo que no estoy loco, Rafa!
- Shhhhhh, me vas a matar de un infarto hoy ¿eh? Que ya sé que no estás loco, nadie lo ha dicho, venimos sólo para que te abran un expediente, nada más y por favor no grites que estamos dando el cante.
- Aaaah, vale, vale.

Otra vez volvió el silencio y la enfermera sin aparecer, bueno aún faltaba un rato. El último en llegar era un chico joven, que vestía una sudadera con gorro, de color gris, andaba arrastrando ligeramente los pies. Se le notaba inquieto. Leyó el letrero que había en una de las puertas de la sala y volvió a salir por donde había entrado. Al rato volvió, visiblemente alterado: su médico no pasaba hoy consulta. De repente, otra vez sin avisar y otra vez resonando en la sala, la voz de Jesús:

- ¡Ése si que está colgao, Rafa, y no yo!
- Jesús, ¿tú quieres que salgamos a tortas de aquí hoy o qué? -le susurré nervioso al oido, muy enfadado.

Afortunadamente en ese mismo momento se abrió otra puerta de la sala y apareció un médico. El joven estuvo más interesado en asaltarle a él para conseguir sus recetas que en replicar el comentario que había hecho Jesús, de hecho creo que ni se percató. "Menos mal, uf", yo respiré aliviado.
La enfermera apareció por fin. La gente iba entrando a las consultas. "Bueno, al menos hay movimiento" -pensé. "A ver si acabamos pronto". Pero, de nuevo, el soporcillo, el silencio y la espera. Al rato, entraron a la sala una madre y su hijo, ambos de etnia gitana. La madre vestía completamente de negro, falda larga, delantal y moño. El hijo era muy alto y corpulento, los hombros echados para adelante, los brazos caídos, tenía oscuras ojeras y llevaba una caja de inyectables agarrada despistadamente en su mano derecha. "Menos mal que estamos donde estamos, me lo encuentro a este por la noche en la calle Arcadas y me cago por la pata abajo, uf" - teorizaba yo para mí mismo. De nuevo me había olvidado de Jesús y de nuevo sin avisar, lanza otra perla, señalando con la cabeza al recién llegado:

- ¡Mira, ése si que está colgao de verdad, Rafa, y no yo!
- Jesús ¿tú lo que quieres es que hoy nos linchen aquí, no? Quieres bajar la voz por favor -le dije muy serio al oído, esta vez sí que realmente me inquieté. Seguramente se le había escuchado. ¿Cómo no? con esa voz ronca y seca, claro que sí. La madre nos lanzó una mirada de reprobación a la vez que se acercó a decirle algo al oído a su hijo.

La suerte quiso que en ese momento se abriera la puerta de la consulta de enfermería y oyera aliviado cómo desde dentro decían el nombre de Jesús. La campana nos había salvado. No quería quedarme allí para ver cómo reaccionaban al comentario vertido alegremente por Jesús. Me levanté rápidamente y juntos pasamos a la consulta. Al salir, creo que la madre y su hijo no estaban, pero tampoco me fijé demasiado ya que intenté pasar lo más rápido posible por la sala, no fuera que a Jesús se le ocurriera disparar alguna graciosa despedida.
Luego, en admisión, al concertar la siguiente cita le dije a la chica que estaba tras el ordenador:

- El día me da igual pero por favor, démela a primerísima hora, a las 8 si puede ser.
- Pero, ¿por qué tan pronto? - me preguntó escamada.
- Ah no, por nada, me advirtió el médico que sobre todo viniera "sin desayunar"...

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