viernes, 16 de abril de 2010

EN LA CAFETERÍA


Me dicen a veces que mi trabajo tiene altos niveles de frustración. Bueno, yo creo que ya me he acostumbrado a ciertas cosas y conozco los límites en los que me muevo. Si bien no niego que a veces me desespero, por otro lado sé que no se pueden pedir peras al olmo. Pero sí he descubierto que de vez en cuando me ocurren cosas que me sorprenden o son, en muchas ocasiones, curiosas.

Esa noche José Miguel no había venido a dormir, aunque era enero y hacía bastante frío. Yo estaba preocupado. En las últimas dos semanas había acudido a urgencias al menos en cinco ocasiones por caídas. Llevaba una ceja partida, una buena tajada en el codo y una herida en la parte posterior de la cabeza: Mi miedo estaba fundado. Como otras tantas veces, llamé a los hospitales para ver si estaba en alguno de ellos, pero no lograba dar con él. “Se habrá quedado dormido por ahí”, pensé. No era cosa extraña tratándose de José Miguel. En verano, suele venir a dormir sólo la mitad de los días. El fin de semana prefiere pasarlo en Casa Abierta, tiene miedo a los jóvenes que salen de fiesta, por eso generalmente de jueves a domingo duerme en el Albergue. Pero ahora estábamos en invierno y era raro el día que no acudía, al menos, a dormir.

Lo estuve buscando por las calles del centro, miré en varios cajeros que solía frecuentar y pregunté a algunas personas de la calle por si lo habían visto. Sólo Juan Manuel, un joven de Vigo que intermitentemente aparece por Zaragoza, me dijo haberlo visto la noche anterior, estaba tirado en el suelo cerca de la plaza del Pilar. Pero por allí tampoco pude encontrarlo. Yo estaba a punto de desistir, cuando recordé que también solía utilizar como cama los bancos de la plaza de Santa Engracia. Dudaba mucho encontrarlo allí, recurre a los bancos para dormir sólo en verano, pero era mi última opción antes de desistir. Así que me dirigí hacia aquel lugar. Tampoco estaba. “Bueno ya está, que sea lo que Dios quiera, ya aparecerá, aunque sea con otra herida” me dije, tirando la toalla.

Me había quedado algo frío, la temperatura era de 0º, así que decidí tomarme un cortado inmediatamente. En esa misma plaza había una cafetería, de las pocas abiertas a esas horas de la mañana, muy selecta y creo que de las más caras de Zaragoza.

Y allí estaba. Antes de entrar lo distinguí al fondo del local, inconfundible por su gorrito de mujer de color naranja chillón, sentado en una banqueta al lado de la barra, muy erguido como es característico en él y tomándose tranquilamente un café con leche.

- Buenos días José Miguel, te parecerá bonito –le dije sin darle tiempo siquiera a descubrir mi identidad.
- Buenos días Rafa –contestó él con ojos de pavor cuando me reconoció. En muchas ocasiones parece que me tiene respeto o miedo por mis reprimendas, pero al final siempre hace lo que quiere…
- ¿Cómo te has quedado durmiendo en la calle con el frío que hace? Seguro que has dormido en un cajero ¿no?
- Notenfadesrafa-rafanotenfades-notenfadesrafa-rafanotenfades-venga hombre – me contestó con ese soniquete que yo ya me conocía y describiendo pequeños círculos con su enorme cabeza.
- No me enfado, José Miguel, me preocupo. Te llevo buscando toda la mañana, he llamado a los hospitales, además mañana tenemos que ir a curar el codo. Creí que te había pasado algo, ¿no entiendes? –le solté en tono de discursito- Y resulta que te encuentro aquí tan tranquilo, en el mejor bar de Zaragoza, entenderás que me sepa malo ¿no?
- Tómate algo anda Rafa. ¡Cal-los ponle lo que quiera a Rafa que pago yo! –dijo dirigiéndose al camarero, que vestía de uniforme a rayas, casi como un mayordomo.
- Un cortado, por favor –pedí yo y susurrándole al oído le dije a José Miguel- ¡que nivel Maribel! Además conoces a los camareros, entonces es que eres cliente fijo ¿no?
- Bueno a veces vengo a desayunar, sí, me conocen –respondió mirando al suelo como avergonzado.
- Bueno venga, vamos a dejarlo, no quiero enfadarme ahora, –yo notaba que los camareros y algunos de los clientes me miraban extrañados.- Pero sobre todo esta noche baja sin falta a dormir al Albergue, que le toca de voluntario a Ángel el camionero, ¿vale? Además mañana tengo que ponerte guapo para pasar a que la enfermera te mire ese codo.
- Rafa, te voy a pedir un favor… déjame dormir esta noche también en la calle andaaa… -me musitó, como un niño bueno.
- Ni se te ocurra, por favor, José Miguel, no entiendes que estuvimos bajo cero esta noche y que vas lleno de golpes, necesitas dormir. Baja sin falta a Casa Abierta hoy ¿eh? Prométemelo.
- Vaaaaaale – contestó el resignado. Aunque tanto él como yo sabíamos que al final haría lo que le diera la gana o el nivel de alcohol en sangre le permitiera…
- Venga hasta mañana –apuré mi café y salí del bar.

Bueno aunque me enfadé un poco con José Miguel, al menos me invitó a un cortado, cosa rara en él, es un poco tacaño. También comprobé que esa noche no se había caído y se encontraba más o menos bien. Lo que pudiera ocurrir la noche siguiente ya sería cosa del destino, hasta que un día nos dé un susto de verdad. Pero mientras, aprendí una cosa, que cuando menos los busco, más los encuentro y nunca dejan de sorprenderme…

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