lunes, 26 de mayo de 2014

EL ENCUENTRO




Cada rincón de mi pueblo posee un poco de historia. Celtíberos, romanos, judíos… todos dejaron su huella en mi pueblo y por eso me gusta. Sobre todo la parte vieja, situada en la parte alta de la ciudad, está llena de antiguos vestigios de muchas culturas. Cerca de donde yo me crie, existe una puerta que hizo abrir Felipe II a propósito, rasgando la muralla que protege la ciudad, cuando quiso recortar los Fueros de los aragoneses. Para mí no pasan desapercibidos estos pequeños trocitos de historia que me ofrece mi ciudad en un tranquilo paseo por el barrio donde crecí.

Pero también es inevitable que cada recodo, cada plaza, cada arco de mi ciudad y sobre todo, del que fue mi barrio, me traslade a momentos felices de mi infancia, donde yo jugaba o pasaba las noches de verano, con los amigos, jugando al churrová o solamente juntándonos para reírnos y apurar las frescas noches, aquellas con ese olor especial a verano… O donde corría las vaquillas, siempre con miedo atroz y donde celebrábamos las verbenas en las fiestas de San Miguel, patrón del barrio.

Por eso, este domingo cuando me encontré con Ramón en este entorno, en mi barrio, muy cerca de donde yo crecí, me invadieron muchos sentimientos.

Me resultó extraño, que se unieran una persona de la calle que conozco hace mucho y cuya trayectoria sé perfectamente, con ese entorno tan especial para mí.

 “¿Qué haces tú aquí? ¿Y tú? ¿Es mi pueblo, recuerdas? Ah sí, es cierto Rafa, alguna vez lo comentaste…”

Podría haberme encontrado a cualquier otra persona sin hogar y no me hubiera extrañado, sé que algunos se dedican a ir por los pueblos, parando en cada uno de ellos y buscándose la vida, ya sea a costa de los vecinos, o de los curas de pueblo, que desde su desconocimiento siempre son profusos en sus ayudas. Y es normal.

Pero no, me encontré con él, con una persona de la calle muy significativa para mí. Y aún me parece inverosímil. Me contó que llevaba varios meses allí, que una amable familia cristiana, también con muchos problemas, le cedía una cama. Que él luego se buscaba la vida por el pueblo, más no podía hacer esa gente por él. Estaba muy agradecido.

Era por la mañana aun, todavía no había tomado su primer trago de alcohol, sus minúsculas pupilas lo delataban, pero aun así, me trató con cariño, amabilidad, humildad y tristeza. Jamás me deja de impresionar la tristeza que emanan algunas personas de la calle, es superior a mí…

Por eso lo extraño del suceso para mí, aparentemente trivial para cualquier otra persona. Por la mezcla de sensaciones, los sitios significativos de mi infancia y una persona cuyos intentos por salir del barro conozco perfectamente y también sus recaídas, una persona que he visto diariamente durante meses en el Albergue Municipal, luchando consigo mismo para tirar adelante. ¿Por qué me la tengo que encontrar ahí, a pocos metros de mi niñez, de mis noches de verano, de sitios cargados de tanta emoción para mí? ¿Y por qué él y no uno anónimo?

No tengo ni idea de por qué me suceden las cosas que me suceden. En este caso el contraste de sentimientos es tal, que todo se magnifica, se polariza, tanto lo bueno como lo malo. Tanto mis noches felices de verano con mi mejor amigo, como la tristeza y la vida de sufrimiento que lleva esta persona.

Porque si bebe está sufriendo, más allá de que tenga que esperar a octubre para volver a cobrar una pequeña paga. Y eso me duele mucho, demasiado. Porque creo que no lo merece y que ya tendría que estar descansando y siendo un poquito feliz. Pero así de perra es la calle y así de jodido es el alcohol. Solo deseo que ojalá se le pase pronto el tiempo hasta que pueda tener una situación mejor y tirar para adelante, como ha hecho otras veces.


Tarazona de noche
O tal vez no lo vuelva a ver jamás, no sé. Ya no sé nada, no entiendo nada…

domingo, 11 de mayo de 2014

EL SENTIDO DE LAS COSAS

En días como el de hoy le entiendo.

Días grises, con viento, la extraña y dulce amargura del domingo por la tarde, que te envuelve y te impide moverte, como una plomiza carga invisible que te pesa y, aunque sabes que desaparecerá, en este momento te agobia. Pero no te mata. Te deja despierto para que seas testigo del sinsentido que a veces tiene todo y que ya estás cansado de intentar desenmarañar.

La última vez que estuve con él lo vi triste, muy triste. Me lo decían sus ojos, su expresión de disimulada timidez fundida con una rabia contenida, casi imperceptible, pero que a mí me dio miedo. Como siempre. Porque siempre le he temido. Por su fuerza, su imprevisibilidad, su especial modo de entender la nobleza y el agradecimiento a aquellos que le han ayudado a salir adelante, a dejar la calle. Y el alcohol.

Porque tiene un alma fuerte, manos duras y tantas veces deformadas de peleas, mirada penetrante, fortaleza física y la sabiduría del que ha dormido durante años en el mismo banco, con la misma dignidad, y en contraste, con la misma humildad. Aquel banco que era lugar de reunión informal para unos pocos: los que se atrevían a estar no sólo con él, sino con sus borracheras.

Pero ahora es distinto, ahora está bien. Aunque esté triste.

No es la primera vez. La última vez que cayó a todos nos dolió, pero hoy, y sólo un poquito, le entiendo. No sólo hay que salir, hay que entender que nadie, sino tú mismo, es el ganador cuando sales de la cárcel de la calle.

Que nadie te va a felicitar, salvo la mano que te ayuda, y que a muchos, en el fondo, les ves en sus ojos el deseo que de caigas otra vez. Porque ellos no han podido o no han querido, pero en cierta medida te envidian. Y tú les envidias a ellos. No tienen responsabilidades, el maldito Cariñena, o la puta cerveza sabes que quitan toda inquietud de tu mente. Pero hay que aguantar, hay que tirar para adelante. Aunque cada mañana te cueste levantarte. Te preguntes para que te levantas. Sepas que vas a pasar el día solo. Que la mano que te ayudó no puedes cogerla todos los días para que te alivie un poquito de esa tristeza que siempre arrastras. Que hay que buscar otros modos. Con rabia, con decisión, con agresividad incluso, para no caer otra vez en las redes y la vacuidad de una vida que no merece ser vivida en un banco.

Quiero creer que esta vez será la definitiva. Porque lo estás haciendo realmente solo, por ti mismo, sin engaños, sin falsos horizontes. Y sabemos que te cuesta, que arrastras mucha calle y que ese peso no desaparece tan fácilmente. Y nadie lo entiende. Solo el que lo vive. Piensa que cada oportunidad fallada, no fue un fracaso, fue un desvanecimiento por falta de fuerzas. Que ahora es la buena. Porque huyes del sufrimiento y sabes que, aunque te esté costando una amargura continua, no hay otro camino. Y estás en él.

Hoy solo quiero que sepas que te entiendo un poquito. Porque el problema no es salir del barro. Si no saber vivir fuera de él. Haciendo que cada día tenga su pequeña recompensa, pero para ti, sólo para ti. Saber torear los días malos, aunque se encadenen semanas y semanas de apatía y sinsentido. Porque así es esta puta vida a veces. Para todos. Porque la única diferencia que hay entre tú y yo es que tú, como opción, aún tendrías el valor de tirarte otra vez a la calle, o dejarte caer, llámalo como quieras. Pero yo no tengo esa alternativa, porque soy más cobarde y porque, en tardes como hoy, tengo que seguir viviendo, me pese lo que me pese. Aunque sea incapaz de mover un dedo. Por eso me acordé de ti. Y por eso escribí estas líneas.


Tira para adelante, hazlo por ti. Que yo tiraré para adelanté y también lo haré por mí.


Torre de la iglesia de Belchite