Cada rincón de mi pueblo
posee un poco de historia. Celtíberos, romanos, judíos… todos dejaron su huella
en mi pueblo y por eso me gusta. Sobre todo la parte vieja, situada en la parte
alta de la ciudad, está llena de antiguos vestigios de muchas culturas. Cerca de
donde yo me crie, existe una puerta que hizo abrir Felipe II a propósito, rasgando
la muralla que protege la ciudad, cuando quiso recortar los Fueros de los
aragoneses. Para mí no pasan desapercibidos estos pequeños trocitos de historia
que me ofrece mi ciudad en un tranquilo
paseo por el barrio donde crecí.
Pero también es inevitable
que cada recodo, cada plaza, cada arco de mi ciudad y sobre todo, del que fue
mi barrio, me traslade a momentos felices de mi infancia, donde yo jugaba o
pasaba las noches de verano, con los amigos, jugando al churrová o solamente
juntándonos para reírnos y apurar las frescas noches, aquellas con ese olor
especial a verano… O donde corría las vaquillas, siempre con miedo atroz y
donde celebrábamos las verbenas en las fiestas de San Miguel, patrón del
barrio.
Por eso, este domingo cuando
me encontré con Ramón en este entorno, en mi barrio, muy cerca de donde yo
crecí, me invadieron muchos sentimientos.
Me resultó extraño, que se
unieran una persona de la calle que conozco hace mucho y cuya trayectoria sé perfectamente, con ese entorno tan especial para mí.
“¿Qué haces tú aquí? ¿Y tú? ¿Es mi pueblo,
recuerdas? Ah sí, es cierto Rafa, alguna vez lo comentaste…”
Podría haberme encontrado a
cualquier otra persona sin hogar y no me hubiera extrañado, sé que algunos se
dedican a ir por los pueblos, parando en cada uno de ellos y buscándose la vida,
ya sea a costa de los vecinos, o de los curas de pueblo, que desde su
desconocimiento siempre son profusos en sus ayudas. Y es normal.
Pero no, me encontré con él,
con una persona de la calle muy significativa para mí. Y aún me parece
inverosímil. Me contó que llevaba varios meses allí, que una amable familia
cristiana, también con muchos problemas, le cedía una cama. Que él luego se
buscaba la vida por el pueblo, más no podía hacer esa gente por él. Estaba muy
agradecido.
Era por la mañana aun,
todavía no había tomado su primer trago de alcohol, sus minúsculas pupilas lo
delataban, pero aun así, me trató con cariño, amabilidad, humildad y tristeza. Jamás
me deja de impresionar la tristeza que emanan algunas personas de la calle, es
superior a mí…
Por eso lo extraño del
suceso para mí, aparentemente trivial para cualquier otra persona. Por la mezcla de
sensaciones, los sitios significativos de mi infancia y una persona cuyos
intentos por salir del barro conozco perfectamente y también sus recaídas, una
persona que he visto diariamente durante meses en el Albergue Municipal,
luchando consigo mismo para tirar adelante. ¿Por qué me la tengo que encontrar
ahí, a pocos metros de mi niñez, de mis noches de verano, de sitios cargados de tanta emoción para mí? ¿Y por qué él y no uno anónimo?
No tengo ni idea de por qué
me suceden las cosas que me suceden. En este caso el contraste de sentimientos
es tal, que todo se magnifica, se polariza, tanto lo bueno como lo malo. Tanto mis noches
felices de verano con mi mejor amigo, como la tristeza y la vida de sufrimiento
que lleva esta persona.
Porque si bebe está
sufriendo, más allá de que tenga que esperar a octubre para volver a cobrar una
pequeña paga. Y eso me duele mucho, demasiado. Porque creo que no lo merece y
que ya tendría que estar descansando y siendo un poquito feliz. Pero así de
perra es la calle y así de jodido es el alcohol. Solo deseo que ojalá se le
pase pronto el tiempo hasta que pueda tener una situación mejor y tirar para
adelante, como ha hecho otras veces.
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