Sólo hace un mes que ha fallecido y aún me falta.
Me falta por la mañana,
cuando bajo temprano a la Casa y él era el primero en darme los buenos días,
aunque fuera sólo con la mano. Echo en falta que se cuele en el despacho, con
la Casa aún a oscuras, para reclamarme, gruñendo, su paquete diario de tabaco y
para preguntarme, como cada día que estuvo con nosotros, por el voluntario que
vendría por la tarde. Los quería a casi todos. A su modo, un poco especial a
veces…
Me falta en el patio del Albergue,
donde siempre estaba sentado a la sombra, (“¿Rafa me buscas una silla?”), con
su incalificable bolsa llena de cosas hasta los bordes y bebiéndose una lata de
cerveza que habría colado, como siempre, sin que nadie se percatara y que la
apuraba con disimulo.
Me faltan esas largas
charlas que nos pegábamos camino del banco cada primero de mes. Y también me
falta el gruñido con el que siempre obsequiaba al cajero cuando le decía lo que
le quedaba en la cuenta, una vez sacada toda su pensión. Era en esas charlas cuando yo verdaderamente me daba cuenta de lo afortunado que soy y de lo
irrepetible de esos momentos. Los disfrutaba especialmente, era muy consciente
de ellos, porque sabía que algún día, como al final así ha sido, el tiempo me
lo arrebataría de golpe, sin avisar y desgarrándome con su ausencia.
Me falta encontrármelo en la calle Arcadas, sentado en un ribete, bebiendo 6 u 8 latas de
cerveza de manera compulsiva, antes de tener que entrar a cenar. Luego las
latas vacías las apilaba una encima de otra en la ventana del comedor del
Albergue para que ningún vecino le echara la bronca. Solía suceder si dejaba
demasiados botes vacíos tirados por el suelo. Luego, un chico del Albergue se
encargaría, como casi siempre, de apurar todos los restos de esas latas como
único método de conseguir algo de alcohol cada día.
Me faltan las broncas
mañaneras por su imposible carácter y por su tendencia a acumular objetos en su
inseparable bolsa. Si tocaba limpieza se enfada muchísimo conmigo por tirarle
“sus cosas”. Era lógico, eran suyas. Pero no era posible permitir que acarreara
40 yogures, 15 paquetes de chorizo o jamón, decenas de mecheros, 60 ó 70
cucharillas, vasos de plástico, centenares de servilletas de papel y 10 o 12
barras de pan, por si tenía hambre. Y, curiosamente, siempre un libro, que
jamás leía, pero que no permitía que le faltara en su personal inventario. En
alguna ocasión, cuando no contaba con mi posible “registro” una vez le confisqué 18 latas de cerveza: “No sé cómo
se me ha pasado entrarlas, Rafa, se me ha olvidado completamente”. Siempre tenía
excusa para estas tesituras.
Me falta su sonrisa. Esa
sonrisa que volvió una vez se acostumbró a vivir con nosotros y a descubrir en
los voluntarios y en el entorno del Albergue un lugar seguro donde poder vivir
tranquilamente y haciendo, más o menos, lo que quería. Por eso se quedó. Y me
encanta que esto sucediera, porque esa es la Esencia de Casa Abierta. Aunque no
todo el mundo lo entienda.
Era difícil que no llamara
la atención. Primero por su sus ademanes bruscos y desagradables, que no eran
otra cosa sino producto del miedo que le producían las personas que no conocía y
que le llamaban especialmente la atención, de las que quería saber algo más.
Luego, con el tiempo, ese miedo y rechazo se convertía en cariño y apego. El
gruñido se tornaba sonrisa. El mal gesto en caricia.
Es una lástima que muchas
personas que lo trataron solo se quedaran en el primer escalón y no llegaron a
conocerlo un poquito más a fondo. Porque, es curioso, ha sido uno de las
personas de la Casa que más rechazo producía al principio y más estigmatizado
estaba, pero a la vez, ha sido uno de los que más ha calado en todos los que
componemos esta pequeña familia.
Una de las muertes que más
ha dolido, y no sólo a mí. A todos que lo conocían verdaderamente y que
soslayaban su mal humor y su inocua brusquedad. ¿Por qué siempre nos costará
tanto mirar un poquito más allá de la apariencia y no intentaremos ver que
siempre debajo de endurecidas capas de superficialidad se encuentra la esencia,
lo básico, la persona, el alma, lo irrepetible?
Me ha sorprendido cómo esta
vez, al fallecer un usuario de la Casa, han sido muchos de los voluntarios
quienes me han reclamado, de manera sincera y con mucho pesar, la necesidad de
ofrecerle algún tipo de despedida, acorde a su irrepetible personalidad y al
cariño que había generado dentro de cada uno de nosotros.
Por eso era necesario cerrar
el círculo, realizar una pequeña ceremonia, pero muy representativa de lo que
significa Casa Abierta y en la que realmente se notaba la esencia de la labor
que pretendemos desarrollar en ella. Estuvimos unas 20 personas, entre ellas
varios compañeros, antiguos voluntarios… todos aquellos que lo queríamos verdaderamente
como era. Lo despedimos como merecía y, al menos yo, descansé un poquito.
Lo que no sé cuánto tiempo
me costará olvidarlo y asimilar su ausencia, espero que poco. Pero sí puedo
ahora disfrutar de los recuerdos que tengo de él tan vívidos, como aquellas
charlas de primeros de mes o las discusiones políticas que teníamos de vez en
cuando: “jamás nos entenderemos, Rafa, tu eres republicano y yo de extrema
derecha…”
Es curioso que incluso su muerte
fue de una manera un tanto particular, puesto que falleció dos veces, ya que lo
reanimaron y a los pocos minutos volvió a fallecer. Quiero creer que lo hizo
para que la última vez que yo lo vi estuviera vivo, el tiempo justo que me dio
para acudir a donde estaba cuando me avisaron.
Rafa, me encantan tus palabras. Me recuerdas que estamos trabajando con personas, aunque a veces tenemos que ir más allá de las apariencias para descubrir su corazón. Gracias, Rafa, porque nunca te cansas de ayudarnos a reflexionar sobre la realidad.
ResponderEliminarGracias Rafa. Dios te bendiga. Quererlos como son, caminar con ellos, acompañar procesos, vidas y 'muertes' diarias... No solo a ellos sino a todos. Cada uno digno de ser querido, de ser amado, de ser servido... tú, él, aquel, este, el otro... todos hijos de Dios y con la misma dignidad. Gracias por acercarnos la realidad del último de este mundo y poder conocer de primera mano el primero en el Reino de los cielos. Somos unos privilegiados al conocer por su nombre a los más queridos del Padre. Un abrazo, hermano.
ResponderEliminarBellísimas palabras para un tipo excepcional. Gracias Rafa. Mucho ánimo a todas!
ResponderEliminarQuerido amigo Rafa, cuídate porque tu sonrisa diaria es muy necesaria. Un abrazo querido amigo y muy orgulloso de leer tu día de labor.
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